escarbo frenético alrededor de la hebra de luz
desenterrando del suelo el leve rastro
sólo que soy yo el que está bajo el alud
donde la oscuridad está tallada en alabastro
forzando la máquina que, herida de muerte,
patina sumidero abajo con los ojos inyectados en sangre,
una espuela infinita hundida en el instinto más bajo
clamando por aire como si fuera alas