Lady Macbeth

Se me están empezando a borrar los tatuajes que nos hicimos. El pasado se está convirtiendo en un daño colateral de mi desidia. Aún sigo sin saber el por qué, pero el cómo sería hacer apología del terrorismo. Y nuestro amor, como soldados derrotados que vuelven a casa.


W.

Escrito por inefableblog a las 2:44 PM | Comentarios (1)
Cuando Teseo cortó el hilo

Mira aquí. Se trata de errores.
Aceptemos las declaraciones de amor en sitios no románticos. Aceptemos los SMS como muestra de romanticismo.
¿Por qué tendríamos que fiarnos del azar?
No hagas como siempre se hace. A mí prométeme amistad fingida. No quiero que me odies. Cuando te deje, prométeme que me hablarás sobre el tiempo. Que miraremos las llaves y nos encogeremos de hombros.
Te juro que no tengo ni ganas ni miedo, pero cualquiera apostaría a que acabará pasando.
Cuando se nos pudran los corazones, y las leyes del amor (o de la física) ya no nos sirvan, prefiero ser cobarde.
Tú eres más fuerte, todos lo saben. Y yo prefiero vivir engañado en Kosovo que morirme de pena en el éter de tus recuerdos.

2004.
Escrito por inefableblog a las 11:25 PM | Comentarios (0)
1,33730113 segundos

Decisiones que redistribuyen el caos en la galaxia. Que ponen a cero el contador universal de la entropía. Hombres que, en su arrogancia, creyeron estar por encima de Dios. El éxodo del cielo a la tierra. El expatriado que busca cobijo en la casa del enemigo. El hombre, mirando incrédulo al sol, preguntándose si aquello era cierto. Aprendiendo a ser hombres. Aprendiendo a llevar, sobre sus espaldas, el peso de sus propias decisiones.


Fe.

Escrito por inefableblog a las 3:12 AM | Comentarios (0)
CONOCERTE

NO SOY FRUTO MÁS QUE
de tus rutinas y de las mías,
de tus sentimientos y de los míos,
de tus dudas y de las mías.

NO SOY FRUTO MÁS QUE
de tu estado de ánimo y del mío,
de tu felicidad y de la mía,
de tu vida y de la mía propia.

Resumiendo:
no soy fruto más que DE TU PERSONA,
porque puedes cambiar "y de" por
"que son para mí" en la primera estrofa;

*así como también puedes cambiarlo por
"que es para mí" en la segunda.

Por eso es tan fácil...

Edu colabora (¡por tercera vez!) con Inefableblog.
Escrito por inefableblog a las 1:29 AM | Comentarios (0)
Veritas liberabit vos

El invierno es la primavera de los poetas sin esperanza.

No estoy deprimido. Al menos, no clínicamente. Me he dado cuenta de que de todos los pájaros de mi cabeza, siempre me gustaron más los que no volaban. Aunque jamás te haya visto llorar, al menos sé lo que nunca fuiste capaz de escribirme. Aunque siempre como medida temporal siempre fue una exageración romántica. Mírate ahora. En cada polvo invocábamos el advenimiento del nuevo Hitler. Y ahora. Ahora que te veo hundirte entiendo que no necesitabas amor. Necesitabas creer en algo. Depender de ello. Lo único que pude ofrecerte fue una glaciación demasiado errática. Y un buen montón de adicciones. Las suficientes para que pudieses afirmar que te estaba destruyendo.

Escrito por inefableblog a las 2:32 PM | Comentarios (2)
Las llaves de San Pedro

Ahora que la edad es más un motivo que una excusa, puedo asegurar que casi todas vais a sobrevivir a mí. Ahora que cada vez que amanezco, hay algo muerto sobre el colchón.

Perdonadme, por haceros heredar un reino de aire, cuando en el aire ya no quedaba apenas oxígeno. Perdonadme, por todo aquello que quise regalaros y al final os acabé robando.

Seguid observando, sin parpadear, estos ojos de niño con el alma podrida. Seguid observando, y presenciareis, los ojos de un niño que murió de vergüenza.

Escrito por inefableblog a las 5:52 PM | Comentarios (2)
AGAINST THE DAWN*

Negro claro atrás. Negro oscuro delante. Luna blanca aún.

Bien, bien. Vamos bien. Acelera, huye, sálvate. Venga venga venga. Corre. Pisa el acelerador. Se te acaba el tiempo. Lo notas. Te lo dice tu experiencia. Y el reloj de la naturaleza, por supuesto. Ese nunca falla. De eso se trata todo esto. Si fallase no sería necesario acelerar, huir, salvarse. Venga venga venga. Aún hay tiempo. No te angusties, queda tiempo; pero tampoco te relajes, también queda mucho camino hasta la habitación con persianas. Hacia el oeste, venga, vamos. Acelera contra la dualidad japonesa. Huye de la eficacia china. Sálvate del exotismo tailandés. No pienses en la atracción por lo oriental que siempre te ha caracterizado. Hoy sólo son enemigos que pretenden distraerte del objetivo. Cantos de sirenas que debes dejar sordos. El oeste. El oeste es la meta. El oeste es la salvación. ¡La redención!, incluso. Debe serlo. El este no lo ha sido.

Morado atrás. Negro claro delante. Luna amarilla clara.

Venga venga venga. Que no avisa a nadie. Mantén la velocidad. Mantén los nervios templados. Aún hay tiempo. Aún es necesario tener los faros encendidos, menos mal, así que calma. Aún este es un buen ritmo. Seguro que si el viento que silba a través de la ventanilla te lo permitiese, escucharías el cri-crí de los grillos. Y el oeste está cada vez más cerca, así que moral alta. Venga, así. Eso es. Venga venga venga. No levantes el pie, que no nos damos cuenta, pero empieza a desperezarse el paisaje a tus espaldas. Y lo que es peor, el horizonte enfrente tuya. Qué cabrón, qué sigiloso es. Qué asesino silencioso. Cómo se nota que cada día que pasa cobra víctimas como si nada. Qué ensayado y qué mecánico su "modus operandi". Mirada al retrovisor. Venga. ¡Con confianza, joder! Eso es.

Lapislázuli atrás. Morado delante. Luna cada vez más baja, cada vez más escasa, cada vez más amarilla...¡No!

No. No. No pienses eso. No te vengas abajo. Si hasta aún se pueden apreciar estrellas, coño. Venga venga venga. Velocidad justa. Además, si sabes que lo que tiembla es el volante, no tus manos. Así que tranquilo. Mente arriba, que ya estamos cerca. Unos pocos kilómetros y listo; y cuesta abajo; y en autovía, encima. ¿Qué mas quieres? Él avanza, pero tú también. Así que venga. Venga venga venga. Acelera, huye, sálvate de la claridad.

¿Salmón atrás ya? Joder. Lapislázuli delante. Luna... luna... sí, allí. Amarilla del todo ya. Amarilla limón, vaya. Y un cachito nada más, que la montaña se la está comiendo.

Veinte kilómetros más. Veinte kilómetros y fuera. Venga venga venga. Ya no se distingue el cinturón de Orión. El desvío está prácticamente aquí ya, no puedes tardar más de diez minutos ya, así que no hay problema. Está hecho si seguimos así. Tranquilidad que está hecho. Sin nervios, sin tensión. Respira, que te lo has ganado.

Melocotón atrás. No puede tardar mucho más en que rompa el sol. Delante azul clarito ya. Ni rastro de la luna ya, está fuera.

Pronto no habrá distinciones en las tonalidades ya. Intermitente. Desacelera, huye, sálvate. En menos que canta un gallo la vista en 360 grados tendrá el mismo color más o menos. ¡En menos que canta un gallo! Nunca mejor dicho. Hijo puta, no se da por vencido. Está tiñendo de salmón y melocotón las nubes más bajas. Claro, todos son aliados, todos sirven a lo mismo, a un mismo fin. Estás buscando aparcamiento y aún parece que notas unas manos desde el horizonte extendidas hacia delante, corriendo hacia ti, intentando atraparte para cogerte del cuello y apretar. Al menos hoy ya te has salvado. El portal, bien. Las llaves.

Clarea demasiado ya. Es celeste esto casi.

Cuatro minutos más y sale el sol y te pilla del todo ya. En fin. Fuera. Por hoy se acabo. Lo malo es que no hay consuelo, no hay consuelo. No hay consuelo, no hay consuelo. Mañana lo intentará otra vez, como siempre. Y aunque no tengas que huir de él, porque las circunstancias serán diferentes, y no irás en un coche de este a oeste, angustiado (angustiado es sin duda la palabra), va a volver, está claro. Te lo dice tu experiencia. Y el reloj de la naturaleza, por supuesto. Ese nunca falla. De eso se trata todo esto. Persiana bajada.

Negro oscuro atrás. Negro oscuro delante. Negro oscuro en todas partes.

...y sin embargo parece tan blanco todo así...

(*) CONTRA EL AMANECER


Edu C. colabora (otra vez) con Inefable. Gracias.

Escrito por inefableblog a las 1:09 AM | Comentarios (0)
A. L. y del resto no me acuerdo

Hoy haces que vuelva a enfrentarme al horror vacui del folio,
después de meses (¿qué has hecho?) y más meses.
Aunque eh, tiene rayitas; seamos optimistas, no es para tanto.
Ya sabes que la temperatura (alta o baja) acelera la reacción química;
supongo que pensarlo ahora
sabiendo que mi boca huele a tus labios
ayuda poco.

Ya sabes, pura entropía.

Siempre se trata de fluir, la forma es lo de menos. Imagina a Kant. Con nosotros. Aparcados allí, donde casi siempre. Yo digo The Smiths, tú dices The Cure. Lo que sea. Él dice que receptividad, que lógica trascendental. Igual estaríamos de acuerdo, pero no procede. Además, Kant de voyeur, con ese peinado... reconócelo.
No podemos prometernos ni un y si... ni un mañana, para qué debatir entonces sobre ese churri, te quiero (¿en serio?) o aquel no te vayas. Para acabar hablando sobre trascendentalismo y recepción errónea de mensajes. Como quieras. Si al fin y al cabo la femme-fatale (con acento francés, señorita, como en déjà-vu) de esta telenovela eres tú; ¿yo? yo no soy más que un actor de los malos que interpreta a Humbert, ya ves.

¿Quién dijo divagar? si al final todo se resumía (más o menos, ya sabes) en que:

yo preguntaba
tú decías que no entendías
yo bajaba la mirada
tú sonreías
yo te miraba
tú preguntabas
yo para qué voy a entenderte
si así nos va de puta madre
adoradores del Culto a la Incoherencia,
a las notas de suicidio más bonitas del mundo,
a mirar ahí arriba
no, más arriba
no, más aún
ahí, ¿ves?

Esos de ahí somos nosotros.

Escrito por inefableblog a las 1:58 AM | Comentarios (4)
...que no son otras que...

(Y qué más quisiera yo que ser como aquellos que empuñan un bolígrafo y son capaces de definir realidades o mentiras, sea cual sea su estado de ánimo, si el de definir realidades o el de definir mentiras)

Quién me prestara la inspiración privilegiada que permite decir cosas como "quiero coserme a tu costado y no separarme nunca", aunque eso nos obligase a follar como si estuviésemos en un cuadro de Picasso, perdiendo la perspectiva; o mejor aún, mezclando todas las perspectivas a la vez, para lograr la mejor visión y la mejor de las excitaciones, que no son otras que aquellas que se consiguen cuando se pierde la perspectiva...

No hay animal que se preocupe por cosas tan banales, así que quizás lo mejor fuese convertirse en animal y dejarse llevar por los instintos; sumirse en la única anarquía existente y en la mejor de las opciones para ésta mi razón, que no son otras que aquellas denominadas la sinrazón en ambos casos...

Aún corriendo el riesgo de que esto ocurra y que finalmente suenen las trompetas alarmando a mi cordura, esas siete trompetas que los ángeles portan, quiero convertirme en una cosa que no soy, para poder lanzarme a otra dimensión, a otra simplemente diferente de la que me es impuesta, dejando que ésta a la que pertenezco se suma en el caos apocalíptico que merece mientras yo vuelo y me salvo...

...o no, porque cosida a mí y a mi costado...

(por culpa de mi precipitada torpeza y mis no meditadas ansias, que no son otras que las únicas razones que me hacen permanecer aún aquí)

...sigues tú...


Edu.

Escrito por inefableblog a las 7:18 PM | Comentarios (3)
Historia extremadamente concentrada de la homosexualidad y la gastronomía.


Los dos hombres llegan aproximadamente a la hora acordada. Ambos se saludan y entran. La comida es razonablemente barata, suficientemente buena y está adecuadamente caliente.


El primero prueba la pizza del segundo, y éste la pizza de aquel.

Ambos se miran, asienten y siguen comiendo, cada uno de su plato. Los dos piensan que la suya es más barata, más buena y está más caliente que la del otro.

W. Faith.

Escrito por inefableblog a las 9:46 PM | Comentarios (0)
Delicias y Acuario

Lo único que aprendió en terapia fue aquello de "el dolor no existe", cosa que él ponía muchísimo en duda y que, sin embargo, repetía como un mantra cada vez que algo no funcionaba como debiera en cuanto a sus índices de bienestar estándar se refería. El dolor de cabeza es una falacia. No existe la jaqueca. La tortícolis es un invento de los judíos. Según le enseñaron, lo más eficaz era, mientras repetía la frase, pensar que el dolor era una bolita de plastilina que se encontraba en la sien y que era perfectamente moldeable, para así ir haciéndola cada vez más pequeña y acabar extirpándola del cerebro. Pero, claro está, parecía que todo era mentira. El dolor dolía y no cabía mucha más discusión al respecto. El procedimiento, tras la lobotomía de broma que se practicaba, era tomarse una aspirina con un poco de agua. Algo clásico, que casi siempre resultaba ser un trabajo bien hecho, de una calidad a la altura de lo que él podría esperar de sí mismo. Por lo que a él respecta, sin embargo, la perfección con la que ejecutaba la toma de la medicación no respondía a las expectativas de placer posterior que normalmente se creaba, por lo que decidió (o decidirá, porque, a pesar de lo que puedan creer, esta historia no está basada en un hecho real ni nada por el estilo; más bien todo lo contrario, me la estoy inventando al tiempo que escribo -tal vez un poco antes, cuestión de segundos-) salir corriendo de puntillas por las escaleras de incendios, volver a subirlas para recoger su paraguas y, esta vez sí, bajarlas de forma normal y correcta ante la sorpresa de los allí presentes. Tras tirar el paraguas en el primer contenedor de material orgánico que vio (porque el color de estos contenedores era mucho más placentero para su vista), decidió que miraría al cielo, en el que se encontró, como no podía ser de otra manera, un cuarteto de cuerda interpretando la Grosse fugue de Beethoven, señal que interpretó claramente como prueba inequívoca de la importancia no concedida al lumpemproletariado en la lucha de clases en el siglo XIX. Tras esta sucesión de acontecimientos acaecidos de forma totalmente ordenada, lógica y efectiva, decidió que lo primero que tendría que hacer a partir del día después del día después del día en el que se encontraba (o pasado mañana, si todo esto que aquí se relata sucede hoy, como comprenderán) era escribir un best-seller en el que se hablara de obras de arte muy bonitas, de la cultura ciberpunk y todo ese royo que, a decir verdad, le aburría un poco, y de esas nubecillas que a veces te empañan el ojo cuando llevas mucho rato usándolo seguido, pero que son la mar de divertidas. Y también pensó, mientras se ataba los cordones del zapato izquierdo con los del derecho (y viceversa), que tendría que escribir con frases como más cortas y directas, que según decían, daban mayor trascendencia al relato y desasosegaban bastante al lector, que inmediatamente pasaría a llevar consigo el adjetivo de "ávido" y él pasaría a llevar colgado junto con un pin de las Olimpiadas de Barcelona ´92, el cartelito de enfant terrible. Y entonces no pararía nunca de sacarse brillo a las uñas y darle besitos a su teclado inalámbrico. Lo cual, bien pensado, no estaba del todo mal.


W.

Escrito por inefableblog a las 12:20 AM | Comentarios (2)
Cenizas y polvo

La diferencia en el tempo entre una canción y una poesía. El eterno reproche de saber que la idea más brillante de toda tu existencia la tuviste en el ascensor (y la olvidaste al salir de él). El estado de extrema consciencia en el que te das cuenta de la insignificancia implícita en todos los sucesos importantes de tu vida. De que ella está aquí para que tus canciones tristes parezcan más sinceras (esto ya lo cantaban los Magnetic Fields). Tuvieron que pasar cinco Metamorfosis de Kafka para que, de pronto, alguno hablara, luego hablara el otro, luego hablarais los dos a la vez y, al final, os quedaseis los dos totalmente callados. En la primera milésima de segundo fue la explosión. Supernovas y asteroides. Y sigues sin entender nada de lo que ha pasado.

Escrito por inefableblog a las 4:09 AM | Comentarios (0)
Relojes de pared

Ella le preguntó que cuánto tiempo llevaba allí o que cuánto tiempo le quedaba para salir. Algo así. Él dijo que no lo sabía. Había estado fumando (antes de entrar; ahora dentro ya no se podía). La oscuridad era tan evidente como necesaria, el velo perfecto para disimular carencias, para poder apostar otra moneda a que esta vez sí que sale rojo y par.
Ella le preguntó que para qué pondrían esos carteles de silencio en las paredes. Él dijo que no lo sabía. A ella no le molestaba el ruido de los demás. Él escuchaba apenas un murmullo a lo lejos. Escuchar el eco del silencio allí era como observar el Fin del Mundo en diapositivas desde la duermevela eterna de cualquier poeta inglés venido a menos.
Cómo sería la salida, dijo él. Me contaron que es como un flash de luz, un parpadeo nuclear, dijo ella. Muy bonito todo. Que se lo había contado el que ocupó su cama el año anterior, el que se fue la semana pasada justo antes de que él llegara.
Los dos ahora son herederos del drama en cualquier habitación. Elige. Dueños del rimel corrido y lágrimas de impotencia. Pérdida de consciencia. Sueño eterno. ¿Eterno? O hasta que la puerta se abra. Pero tampoco se está tan mal. No al menos en esta forma nueva etérea.

Escrito por inefableblog a las 9:33 PM | Comentarios (4)
Los ojos amarillos

Y aún con mirada de enamorado. No importa. No está mal volver todas las noches a la hora de irse. Peor sería no volver. Y ella, durmiendo. No importa. Las paredes seguirán cubiertas de papel pintado y él, bueno, seguirá destiñéndose. Es el juego de siempre. Las reglas perduran. ¿Y la paciencia? Da igual. Dios siempre salva a la Reina. Ya nada importa.

No serán felices. Nunca.

Escrito por inefableblog a las 6:39 PM | Comentarios (4)
Tres Haikus Corporativos y ninguna oracion desesperada*

La S.A. ha muerto;
La flor de loto ahora
Es la S.L.


Hoy en el marketing
Amanece sin nubes,
Pero con bruma.



Corporación:
El nuevo Maná para
Los accionistas.**






*Nota para el lector (porque lectores, en plural, sólo tienen Dan Brown y Lucía Etxebarría): La oración la tengo escrita, pero no tengo ganas de publicarla en este instante; tal vez más adelante.

**Nota para mis editores: queridos amigos, sabed que, si bien he respetado las estúpidas normas del 5-7-5 para el haiku en castellano, es muy probable que no ocurra así cuando tengan que traducirlo para la versión que se publicará en los U.S.A. Estoy seguro de que sabréis arreglároslas; al fin y al cabo, que esto se venda allí es parte de vuestro trabajo. Un abrazo.






W.

Escrito por inefableblog a las 7:25 PM | Comentarios (5)
Salió del lugar sin haber dicho nada de lo que tenía pensado decir, y después de decir una serie de cosas que nunca sospechó que diría.

En el patio de butacas un señor gordo acaba de desmayarse. Su señora le ha confesado todas las infidelidades de los últimos 4 años. La gente sigue hablando, discutiendo o masturbando a sus parejas por debajo de la mesa. En el escenario, el pequeño prodigio toca una melodía con su violín al lado de un árbol de navidad ardiendo. Parece el mismísimo hijo de la suprema encarnación del Mal. Además, está feliz. Sonríe. Todos saben que el señor de la mesa ocho es detective privado. Sombrero y gabardina. Ginebra y tónica. Probablemente ande buscando la poesía. Lo lógico es que piense que el más cuerdo de aquella sala sea ese crío, pero descarta interrumpir su momento de gloria para preguntarle por semejante furcia. El tramoyista cambia el decorado, compuesto por gruesas cortinas, suelo que simula el mármol blanco y negro de la Habitación Roja de Twin Peaks y mesa de comedor estilo Chipperdale. Pero decide dejar el árbol de plástico, ya prácticamente derretido. Alguien dice en voz alta que de qué se rie el mocoso ese y acto seguido otro alguien pide silencio. Un tipo argentino pregunta que dónde está el servicio. Todo el mundo se levanta al mismo tiempo (todo el mundo no) y le señala hacia la misma puerta. Parece ser que hay coordinación. Una chica le pregunta que si es poeta y a continuación le propone matrimonio. El detective pide otra copa más, y escribe en su libreta. El joven violinista toca frenéticamente. Sus mocasines han empezado a arder, suda y desde aquí parece que ha roto más de una cuerda. No suena igual pero sigue sonando muy bien. El tramoyista está visiblemente drogado y decide no cambiar más de decorados (que además están ardiendo). El señor que se desmayó y su esposa se fueron hace cuarenta y tres minutos. Él en taxi; ella en bici. Casi todo el mundo baila como poseídos por Fred Astaire y Ginger Rogers, pero, sinceramente, con una técnica mucho menos depurada. El detective tiene tres sospechosos de secuestro. Ante la indecisión decide disparar al violinista, que sigue siendo un niño pero que cada vez lo es menos. El argentino sale del baño y comenta que en el espejo alguien ha escrito redrum con carmín (sí, era necesario esto) y todos sonríen. Su nueva esposa le agarra del brazo y le pide que recite algo. Él dice que le parece que van demasiado rápido para ser la primera vez que se casan. Ella le dice que tiene suerte de no conocer al ensayo.

W.A.R.S.

Escrito por inefableblog a las 4:51 AM | Comentarios (0)
Otro poro más de la ejemplaridad de ciertas fronteras (IIIV)

Llegué a la conclusión, tras pensarlo durante varios minutos, que mi vida gira en torno a los hombres. Y entonces, el hijo de puta me dice que le he puesto perdido el jersey nuevo, que estaba estrenándolo y que lo mirase, todo hecho un asco. Yo le dije que se jodiera. Tras reflexionar sobre ello, me di cuenta de que la canción Like a virgin, de Madonna, casi siempre me ha acompañado en situaciones así. Diré "tragicómicas" y así ustedes pueden pensar con más libertad y amplitud que si dijera otra cosa. Es bastante irónico; por lo de virgin y tal. No quiero decir que sea una obsesión ni nada por el estilo (de hecho comparto piso y cama (bueno, y algunas cosas más, sí) con un chico desde hace más de cinco años), pero lo cierto es que tengo una promiscuidad superior a la media, por así decirlo. No sé si me entienden. Realmente, no sé si me molestó más que me dijera lo del jersey o el daño propio del accidente; por eso se lo dije. No suelo insultar a la gente sin motivo. En este caso, pienso que el insulto está más que justificado. Además, mi coche sí que quedó hecho un asco. Recuerdo que, con seis años o así, cuando me mordió aquel perro en el parque de detrás de los chalets donde vivían mis abuelos, mientras me llevaban en coche al hospital, sólo se escuchaba esa canción y a mi abuelo diciendo cosas. Supongo que me marcó. Según me dijo una vez una amiga, tengo una tendencia muy fuerte a acostarme con gilipollas. Me refiero a tíos estúpidos y tal. Independientemente de lo buenos que puedan estar (de lo atractivos que puedan ser, si nos ceñimos a unos términos más correctos). Creo que estudiaba psicología, pero lo dejó al poco de empezar. Lo cierto es que ya no tenemos mucho contacto. Ahora ella trabaja de limpiadora en una residencia de ancianos. Le va bien, creo. El muy inútil llevó como prueba al juicio el jodido jersey rosa, todo lleno de sangre. Creo que casi todos los presentes estuvieron de acuerdo en que parecía muy idiota así. Tuve la esperanza de que alguien se pusiera en pie, enfurecido, y le gritase algo mientras le señalaba con el dedo, pero no ocurrió nada de eso. Yo fui al juicio recién salida del hospital, y tampoco tenía muchas ganas de discutir. Al final gané, y él me invitó a tomar café en Starbucks. Me pareció muy tonto y encantador a la vez. La primera vez que follé con mi novio (que además fue la primera vez que tuvo una eyaculación precoz) puso Like a virgin porque decía que era una canción que le parecía fantástica para ello. La verdad es que fue una situación muy divertida de lamentable que era. Luego lo hice con más hombres (y mejores, lo que, por otra parte, tampoco era una proeza) pero ninguno me puso esa canción. Supongo que, en cierto modo, odio un poco a Madonna. Claro que quedé con él, pero la cita se puede resumir en que me derramó todo el café hirviendo por la falda (aún no tengo claro si fue queriendo o no, a modo de venganza estúpida o algo así) y que cuando se reía se ponía como muy colorado y parecía que se iba a ahogar. Me dio bastante miedo cuando empezó a reírse, pero tras unos cinco segundos más o menos, dejó de importarme su risa de imbécil. No recuerdo cómo, pero esa noche acabamos follando en la parte de atrás de su coche; el mismo coche que destrozó gran parte del mío. El muy gilipollas, con su jersey rosa. No fue gran cosa, pero tampoco fue lamentable. Y no, no puso Like a virgin en la radio.

W. de Wallace

Escrito por inefableblog a las 3:24 AM | Comentarios (3)
Dejamos de adorar los CornFlakes

Sabes que:

Eres la alineación perfecta de los planetas.

El verde y naranja mental más fosforescente del lisérgico más duro de toda Norteamérica.

La niebla que casi -y sólo casi- confunde a Ulises (tampoco ibas a ser perfecta).

Eres James Dean bañado en petróleo en Gigante.

El blanco nuclear de Chernobyl.

e=mc²

El cementerio de elefantes que aún nadie ha descubierto.

La dueña absoluta del Registro Akásico de la Era de Acuario (toma).

Eres la queen a la que siempre salva God.

La hermana secreta de Thánatos e Hypnos.

Una puesta de sol en la Franja de Gaza. Esculpir el mármol a balazos.

Eres lo que viene cuando ya se ha ido el metro. Vacío.

El amor rosita y ñoño de Hitler y Eva Braun.

Eres esa camiseta negra con letras rojas en la que se lee "Snape killed Dumbledore".

Eternidad al cubo.



Y aún así.



Sabes que:

No tienes el valor suficiente.

Ni para odiarme.

Ni para romperte el dedo marcando mi número.


Faith.

Escrito por inefableblog a las 3:18 PM | Comentarios (5)
Escritura afilada: Problemáticas II

Se trata de cuando gira el vinilo y de pronto.
De cuando el malo va a conquistar el mundo y.
Salta la aguja. Comienza a reírse. Porque.

Las agujas nunca deberían salirse del surco mágico del disco, ni los malos deberían perder siempre (al menos no de la forma en la que siempre lo hacen).

Definitivamente, todo debería seguir fluyendo. Porque.

Pulsas el botón de retorno de carro en tu vieja Smith Premier y el horror vacui del folio en blanco te destroza como el silencio de Nüremberg.

Y estás perdido.

Y el reloj sigue avanzando, y el tiempo se divide en intervalos de treinta minutos. Nunca te faltará un cuarto de hora. Siempre han pasado treinta minutos desde. O faltan treinta minutos para (¿la próxima vez que vuelva a verte?). Y obviamente, no va a parar por mucho que lo mires.

Y esas musas, de copas hasta las tantas, con el savoir-faire de Velma Kelly, riendo mientras tus dedos bailan un vals desesperado sobre la mesa.

Y te das por vencido mientras haces equilibrio por el borde de un vaso de gin-tonic.

Porque.

Por más que lo intentes, sabes que es imposible evitar esa fuga. Sabes que la inspiración está huyendo, con todas tus ideas metidas en una Samsonite con destino a Wonderland.

Sabes que estás sin ideas, y sólo te queda esperar que el destino, ese bombo de lotería eterno, quiera sacar tus números.

Wao.

Escrito por inefableblog a las 5:47 AM | Comentarios (3)
Damien von Augsten

Escribo a oscuras. Llego a casa y no me quito ni el traje. Lo cierto es que nunca me lo quito. Y escribo a oscuras. El castillo ya no me da miedo porque llevo 13 años viviendo en él. Y sólo salgo al bosque para recoger leña. Pero el bosque sí me da miedo.
Podría decirse que vivo atormentado por mis fantasmas interiores, pero es un recurso literario demasiado artificial y gastado, y su efecto sobre el lector no consigue, en el mejor de los casos, arrancar más que una forzada sonrisa de resignación.

A veces envío invitaciones para tomar el té a direcciones inventadas, pero la gente no suele contestar. Un día me llegó una carta de alguien invitándome a tomar el té. Pero tenía que desplazarme a Londres, y no me pareció correcto. Supuse que se trataba de alguien que quería tomarme el pelo o asesinarme.

No tengo mascotas, porque me parece que si un día me decidiera a prescindir de una parte del tiempo que dedico a mi persona para, seguidamente, dedicarle ese mismo tiempo a otro ser vivo, me moriría. Necesito estar muchas horas del día atento a todo lo que pasa a mi alrededor. Porque sé que si pierdo la concentración podría morir, y eso es algo que me da mucho miedo. Es por eso por lo que apenas duermo. Por eso no tengo mascotas. Aunque a veces, cuando alguna ventana del castillo está abierta por error, o el viento o los espíritus la han abierto, entran cuervos que me hacen compañía. Sé que les caigo bien porque no me hacen daño.

El hecho de que escriba a oscuras se debe a que siempre escribo por la noche, y por la noche no hay luz. Una vez, en el sótano encontré una vieja lámpara que funcionaba con gasolina, pero no encontré gasolina. Así que en el castillo no hay más luz que la que entra por la mañana.

Cuando era más joven tenía más miedo que ahora, así que tenía que ocupar el tiempo en hacer cosas. Y empecé a coleccionar cosas. La primera colección que tuve estaba formada por novecientos ochenta y cinco obituarios del periódico local. Dejé de coleccionarlos porque hubo un incendio en la redacción y murieron todos y ya nadie quiso nunca más seguir con el periódico. La segunda colección estaba formada por una rata que me regaló un taxidermista que vivía a cuarenta minutos de mi casa a través del bosque. Así que decidí coleccionar animales disecados que él me iría regalando en el futuro, pero nunca más lo volví a ver. Ahora ya no colecciono cosas porque me parece que es muy aburrido y ya no tengo tanto miedo.

Una vez encontré un álbum de fotografías en la biblioteca de la segunda planta gracias a la cual supe que mi bisabuelo era conde. Ahora tengo que marcharme porque siempre que el viejo reloj de cuco de la sala de estar me avisa doce veces, me voy a dormir. A mí me parece bien porque siempre me avisa a la misma hora.


Damien von Augsten.

Escrito por inefableblog a las 3:01 AM | Comentarios (6)
Eleanor

Cientos de venas recorren el yermo páramo desértico de tu cuerpo como si de serpientes se tratasen. Reptan. Me miran, susurran y me cuentan secretos.

Ahora no soy más que una estalactita en Niflheim, una sombra que vaga eternamente por la etérea superficie de tu camisón de seda. Irreal. El suicidio de Vincent Price narrado por Edgar Allan Poe.

Siempre nos emocionaron las bodas. Y los entierros.

Cuando el corazón deja de bombear – no sigas sonriendo, ya no importa- poco queda por hacer. Ya es tarde para decirte que sueltes la cuchilla. Que te queda demasiado bien el traje blanco. Y que las serpientes sin cabeza me ponen triste.

Las almas sólo conocen el verso. Pero ahora no me acuerdo. ¿Lo que brilla allí arriba, son ventanas o son estrellas? La radio retransmite tus estertores en directo. Máxima audiencia. Todos contentos. Se apaga una luz. O una estrella ha desaparecido.

Hela nos abre las puertas. Podemos pasar. Buenas noches.

Nunca te diré qué frase me faltó por decirte.


Uvedoble.


Escrito por inefableblog a las 5:43 AM | Comentarios (2)
Historia brutalmente concentrada de una desilusión

Bien. Si aún no ha venido significa que ya no va a venir.
Podríamos esperarla. Pero no.
No viene. Esto implica que
Ya no vendrán ni la primavera ni las flores,
Ni el frío de sus ojos,
Ni el olor de su pelo.

Perdona que te añore más de lo normal, pero no he tenido tiempo de añorarte menos.


W. El Desilusionista

Escrito por inefableblog a las 7:49 PM | Comentarios (4)
Veinte conmigo.

Hace mucho, mucho tiempo,
cuando los negros aún no jugaban al golf,
y las declaraciones de amor no se hacían por SMS,
él te quiso.

Y como él, te quisieron cientos antes,
miles después;
tantos, que nunca pude llegar a contarlos todos.
Yo nunca te quise.

Tú disfrutabas invitándome a zumo de naranja,
todas las tardes que podías.
Yo me lo bebía, cortés, y sonreía agradecido.
Siempre me quisiste.

Más tarde, yo me licencié en estar triste,
mientras tú ganabas un premio Nobel.
Él, mientras, te regalaba sonrisas; te robaba guiños.
Llegaste a quererlo.

Vuestros hijos crecieron guapos y listos.
Yo, sonreía por dentro y lloraba por fuera (o al revés).
Y tú, bueno, te dedicaste a dibujar corazones rotos.
Siempre te quise.

(contigoseríamásfelizperomenosyo)

Wao.

Escrito por inefableblog a las 5:26 AM | Comentarios (4)
En la salud y en la enfermedad (3de5. Parte 4)


Él era un vendedor de crecepelo a domicilio. Ella era monitora en un centro de ayuda para deficientes mentales.

Cuando él conseguía vender un bote de 75 cl. a alguna mujer cuyo marido tenía alopecia; pues bien, era un buen día. Cuando ella conseguía que uno de sus niños especiales se comiera un albaricoque, en efecto, también era un buen día.

El problema era que raramente conseguían llevar a cabo con eficiencia su trabajo, esto es: que ni él vendía lo suficiente ni ella conseguía que los niños comiesen bien. Normalmente a él no le abrían la puerta. Esto le frustraba mucho. A ella, por su parte, lo que le frustraba era ver la sonrisa bobalicona de sus niños especiales regurgitando toda la comida. Le molestaba más que cuando la agredían por no dejarlos jugar. Odiaba esa inexpresividad en sus caras.

Así, podía decirse que ambos estaban un tanto asqueados de su vida, en líneas generales. Además, coincidían en que ninguno de los dos tenía sexo con frecuencia. Diferían, sin embargo, en que él lo denominaba «follar» y ella «ser amada».

Ellos, obviamente, eran matrimonio. Y, también era obvio, no eran felices.

Él soñaba con ser un intrépido viajero; conocer muchos lugares; soñaba con atracar su yate en los puertos de Alejandría, con atravesar Norteamérica en globo, con ir a Groenlandia a reclamarle aquel tren eléctrico a Santa Claus. Ansiaba la libertad, el no estar sometido a un horario de 12 horas, puerta por puerta, vendiendo un crecepelo de nula efectividad. Ella soñaba con ser rica. Y con no trabajar. Soñaba con ser la esposa de un magnate, un dictador o cualquier presidente de gobierno. No le importaba. Ella sólo quería no ver niños con enfermedades psíquicas y tener dinero. A veces, se imaginaba que era la esposa del líder del Cártel de Cali, y que su chofer, un sicario como otro cualquiera, la llevaba a «recibir desinteresados regalos» de los más importantes empresarios del país. Se imaginaba feliz. Veía cómo los dueños de las boutiques le regalaban las más preciosas joyas, anillos de oro blanco con incrustaciones de diamantes negros en su parte superior.

Todo esto, ocurría a partir de las 1:00 de la madrugada aproximadamente, hora en la que los dos se acostaban. Normalmente no se deseaban las buenas noches. Estaba bien así.

A la mañana siguiente, soñaban con que su pareja pidiera el divorcio. Y se marchaban al trabajo.


Wao.

Escrito por inefableblog a las 2:46 AM | Comentarios (2)
Historia de G

G nos observa desde la esquina de la barra de un bar. El concierto ha sido mágico y queremos refrescar las sensaciones con sorbitos de realidad de sidra. Se nos acerca sonriendo, moviéndose como una gata a través de la barra. Comienza a hablar y te mira a los ojos fíjamente. Pido otra. Es un cruce entre gitana, italiana y malagueña, y debe de tener el acento más bonito del mundo. G nos cuenta su historia. G es demasiado joven para tener esa historia. G tiene una niña pequeña que se llama Teresa. G lucha contra la vida como sólo lo hacen las santas. Pido otra. Probablemente sea eso, una suerte de deidad pulcra y deseosa de cariño. Así que tenemos a Santa G y a Santa T. Pido otra. Seguimos hablando. Dice que somos muy guapos, que quiere follar con los dos. Sé que lo haría, lo mismo que sé, que mataría por un poco de cariño verdadero. Nos miramos. Comprendemos que no somos esa clase de persona. Pedimos otra. Ponemos una excusa y nos despedimos entre abrazos y consejos. Nos movemos. Miro hacia atrás. Ella se dirige al servicio. Se balancea como una diosa. No le tiene miedo a la vida. Yo tengo miedo a olvidarme de ella. Puede, y sólo puede, que todo haya sido un sueño. Pero tengo un móvil en la agenda, y no es de ninguna santa, aunque eso, no sea, la verdad, ninguna novedad...


Salva Cerdá colabora por cortesía de Inefable Prods.

Escrito por inefableblog a las 10:33 PM | Comentarios (0)
Mi psicoanalista está triste

No sé cómo lo haces, te lo digo en serio. Te mantienes al margen de todos, ves a la humanidad pasar por delante de ti y ni te inmutas. A mí, sin embargo, todos me juzgan haga lo que haga. Lo que está bien hecho nadie me lo reconoce, pero todos están esperando el más mínimo fallo. Todos quieren que falle. Quieren que falle para mirarme despectivamente, como con cara de asco. En sus caras se dibujan expresiones de tristeza, y parece que piensan: «Yo me merezco mucho más que tener que convivir con este ser». Al momento siguiente expulsan todo el aire de sus pulmones, como en un suspiro de total insatisfacción. Tú, como ya te digo, te sitúas en un punto en el que pasas a ser total observador de todas las cosas. Nadie te juzga, y si lo hacen no es de forma insidiosa o cruel. En todo caso sería simple, lo que a fin de cuentas no es del todo malo. Yo querría ser como tú. Permanecer siempre. Y no ser objeto de crítica o burla. No quiero que me consideren perfecto, pero tampoco quiero parecer un monstruo. Quiero ser como tú.
Muchas veces todo se vuelve como vacío, es una sensación muy extraña. Soy «eso» que está mal y que hay que cambiar como sea. A veces, desesperado, pienso en el suicidio, o en cosas peores. La situación de desasosiego es total, y es como si te encontrases en un callejón sin salida, pero encima oscuro y sucio. Y huele mal. Cualquier cosa que haga saldrá mal, y cualquier solución será peor. No en tu caso, claro. Hagas lo que hagas, siempre estarás en algún sitio, mirando cosas, escuchando cosas y riéndote mientras sacudes la cabeza. Por eso quiero ser como tú.

Le dijo el niño a la piedra.

Wao.

Escrito por inefableblog a las 5:56 AM | Comentarios (5)
Crónicas de cuando se heló el fuego. Parte Uno

Un día, se enfadó conmigo el sol;
para siempre, porque decía que ya no quería verlo,
y que cada vez que amanecía, y no me encontraba,
se ponía triste,
porque pensaba que ya no me importaba,
que la prefería a ella, a la luna.

Y por ello, el sol, para hacer que me sintiera mal,
cada vez que creía verme con ella, los dos solos,
en cualquier esquina,
de cualquier calle,
de cualquier ciudad,
barría la oscuridad, cómplice, que nos tapaba,
y traía consigo el día, con su olor a césped,
sus amapolas rojas, mis ojos rojos, los perros,
las ranas, mi dolor de cabeza, su sed y,
nuestro amor imposible.

Lo cierto era, que en esa época,
ni me acostaba con ella, ni me despertaba con él.

Y la luna, un día, se enfadó conmigo;
para siempre, porque decía que las prefería a ellas, a las estrellas.
Que era lógico, decía. «Son más guapas, y más listas».
Pero menos fieles, querida mía.

Y por ello, la luna, para hacer que me sintiera mal,
cada vez que me veía con ellas, o sólo pero con ellas,
en el asfalto, o sentado sobre algún viejo suelo adoquinado
que sin duda habría conocido épocas mejores,
me lanzaba pequeñas estrellas, de barro,
para que las hojas secas y sus ramitas me pincharan,
y arañaran la cara, para que, cuando volviera con ellas,
me vieran feo,
y no quisieran ya
quedarse nunca conmigo,
ni en mi pecho,
vacío de aire.

Wao.

Escrito por inefableblog a las 2:00 AM | Comentarios (4)
La autoayuda en tiempos de crisis.

Hubo un tiempo, hace unos años, en el que se puso de moda la autoayuda. La gente fracasaba continuamente y se sentían incapaces de salir adelante. Así, una serie de expertos con ganas de ganar dinero, se mostraron dispuestos a ayudar a esta gente.

Ellos simplemente les daban unas directrices, una especie de consejos y recomendaciones a seguir para poder “volver a estar en paz con el cuerpo y la mente”. Los fracasos se sucedían, y la gente empezó a acudir en masa.

Los había que querían adelgazar y, para ello, tenían que valerse de una foto de sí mismos gordos, muy gordos, y era a esa foto a lo que tenían que aferrarse y a la vez, contra lo que tenían que luchar. Luchaban contra su propia imagen.

Los había que no habían podido soportar la pérdida de un ser querido. Éstos solían ser inscritos en agencias de citas (si el ser querido del que se trataba era una pareja) o a una lista de espera de adopción (en caso de que la pérdida fuera un hijo). Luchaban contra el dolor que les perseguía desde el pasado.

Los había que no podían dormir, o les costaba aguantar el ritmo de vida de la ciudad en la que vivían. A este tipo de pacientes se les solía recetar una serie de drogas legales en grandes cantidades. Tras el tratamiento, se podían curar o no, pero jamás podían volver a su anterior trabajo. Luchaban contra su stress.

El hecho que ocurrió un tiempo después, cuando el tratamiento y las sesiones de charla y autoayuda habían finalizado, fue que el número de pacientes que optaron por el suicidio incrementó. A consecuencia de ello, los expertos en autoayuda (que ya habían ganado todo el dinero que se habían propuesto) cayeron en una profunda depresión al ver que sus métodos no daban el resultado esperado. Al fin y al cabo se trataba de gente honrada. Y solicitaron ayuda a otro grupo de expertos, noveles, con ganas de ayudar y ganar dinero. Luchaban contra su propio fracaso laboral.

Finalmente, muchos de los expertos (veteranos) acabaron suicidándose también.

El caso llegó a las altas esferas de poder del país, y, al no encontrarse solución, y habiendo recurrido ya a la medicina tradicional y a psicólogos reputados, el número de suicidios aumentó, ya no sólo entre los pacientes; los expertos en autoayuda que ayudaron a los antiguos expertos en autoayuda acabaron optando por ésta salida y como ellos, muchos dirigentes de grandes multinacionales que fracasaban por su mala gestión, algunos cargos políticos pendientes de juicios o derogación de leyes, secretarias sobrecargadas de trabajo, a menudo víctimas de mobbing y/o acoso sexual por parte de sus jefes, y como ellos, cientos de taxistas, cocineras, limpiadoras de escaleras y limpiadores de cristales, repartidores, algún representante sindical, unos cuantos jubilados y siete adiestradores de mascotas.

Todos eligieron la misma salida. Estos suicidios supusieron, a saber y a priori: un inconveniente emocional para los familiares (aunque un 3.7% de los mismo declararon que su vida social se había visto reforzada con estas muertes), un aumento incontrolado de la demanda de servicios funerarios, lo que a la postre supuso una incapacidad por parte de la oferta de satisfacer sus exigencias, lo que llevó al suicidio de unos cuantos empresarios del sector; además, la administración pública incurrió en un gasto inusitado de tiempo y dinero en cuanto a gestiones y burocracia se refiere; no siempre el número de muertos crece con tal velocidad y sin previo aviso, y el funcionariado no siempre se encuentra preparado para hacer frente a estas oleadas.

Así, se desató la crisis de la autoayuda en el país. A todas las escalas.

Pasados unos meses, y tras estudiar la grave situación, las pocas personas al mando que quedaban cuerdas decidieron recurrir al exterior. La ayuda se encontraba en el extranjero.

Dos semanas después del estudio y una semana después de la puesta en contacto entre ambas partes y la petición formal por parte de los altos cargos del gobierno, un grupo de psicólogos europeos se plantó en los principales centros psiquiátricos del país. Tenían carta blanca; podían hacer lo que quisieran mientras pudieran recuperar el buen estado de la salud mental de la mayoría de los que en esos centros se encontraban.

Los líderes de este grupo de científicos europeos establecieron una estrategia muy controvertida, pero que no había más remedio que aceptar ante la dramática situación. Proponían que si no se podía retroceder al estado anterior –normal- había que avanzar de cualquier manera, a un estado que les llevase al punto de origen.

Si no se les podía rescatar del océano de la depresión, había que ahogarlos.

Los había que habían perdido todo su dinero debido a la mala gestión de sus empresas. A estos pacientes se les invitaba a invertir en negocios sin futuro, inexistentes o en quiebra económica. Había que conseguir que se arruinaran a toda costa.

Los había que tenían un familiar muerto, normalmente asesinado a manos de algún enfermo mental o gente desesperada. A estas personas se les proporcionaban una serie de armas y los datos básicos para localizar al asesino de su esposo o hijo. Algo así como la Ley del Talión que compensase el desequilibrio creado durante la primera época de crisis.

Los que habían sufrido algún tipo de abuso, tanto físico como psicológico, simplemente tenían la oportunidad de recibir su compensación. Podían disponer como quisieran de quien quisieran durante un tiempo determinado. Había que conseguir que su odio fuera expulsado, para así quedar en calma.


Y así, el equilibrio se fue reestableciendo, los internos volvieron a las calles, cada uno con su misión, cada uno con su objetivo y su meta. Desde entonces, todo, o casi todo, vuelve a ser como antes. De vez en cuando se produce algún secuestro o asesinato, o algún loco se tira de un puente, pero, según se dijo en algunos círculos, “es el pequeño precio que hay que pagar para que gente como tú y como yo, como nosotros, siga escribiendo”.


Wao.

Escrito por inefableblog a las 3:48 AM | Comentarios (1)
High Art

¿Ves? Al final he acabado escribiéndote, como años atrás otros cientos también lo acabarían haciendo. Quizá no a ti, pero seguro que la intención fue la misma.
No sé si lo sabes, pero eres la única que ha conseguido, en años, hacerme recordar que llevo siempre conmigo un cilicio, por si acaso. Y la última vez hiciste que la herida sangrara. La última vez. Y también la primera, recuerda. Tres horas concentradas en un suspiro entre Platón y Nietzsche. Acuérdate. La utopía del solipsista. El poder decir “por fin te encontré”, aún sabiendo que no existes. Y si existes es porque yo existo, o porque no existes o existes y yo soy yo y tú (y contigo).
Y desde entonces, la evolución se hizo inevitable. Tras el primer y último chute juntos, llegó la catarsis. Catatónicos. Como la primera vez que pruebas una droga dura. Y te olvidé mil veces. Y te amé el triple. Y luego acabé odiándote y ahora ya no tengo ni idea de a qué juego. Y ni mucho menos de a qué estás jugando tú. De las cosas que recuerdo, más por caerme y destrozarme las rodillas (y apretar aún más mi cilicio) que por recordarlo con nitidez, es que te convertiste en mi droga. Tú, mitad heroína, mitad cocaína. Y mi teléfono móvil mi papel de plata con el que empecé a fumarte. Y a soñarte. Con mis dedos haciendo de Zippo (puesto a meter fuego, que sea con elegancia), recibiendo como única respuesta la metálica voz de mi conciencia que, para no decirme que me odias, me dice que el móvil al que llamo está apagado o fuera de cobertura en este momento. Y yo que estaba drogándome y mira. Y si hoy es viernes, vuelves a morir, igual que naces cada miércoles. Desapareces dos días después de tu aparición. O dos días después de que yo te inventara.
¿Te das cuenta? Ahora mismo no nos encontramos lo mejor que quisiéramos, ¿eh? Sobre todo ahora que hasta el cariño se compra y la droga está más cortada que nunca. Una relación basada en el ácido no es una relación completa, te lo dije. Al menos no en el momento en que me encuentro entre tu espada y su pared. Y lo peor es el vacío perfecto que nos separa. Y ya sabes, en el vacío ni se escucha, ni se siente ni se padece. ¿Te acuerdas de lo que te dije? “No sé si tuve un encontronazo con las drogas y una relación con el amor, o una relación con las drogas y un encontronazo con el amor”. Pues cada vez más sigo sin saberlo. Y aunque no quiera, cada vez te quiero más. Aunque no existas durante semanas. Aunque te vayas y vuelvas. Como un coma. Y ahora vas y te vuelves a ir. Y yo que cada vez que enciendo el teléfono me vuelvo más gilipollas.

Definitivamente, no sé, tendré que acabar comprándome una de esas gafas para el corazón que venden en las tiendas con cristales antibalas, por si acaso.
O eso, o volver a aumentar la dosis.


Solus Ipse

Escrito por inefableblog a las 11:59 AM | Comentarios (1)
Pequeña historia de una servilleta.

Esta es la pequeña historia de una pequeña historia que una vez un joven escribió en una servilleta. Servilleta en la que ponía “te quiero”. Te quiero, escrito con bolígrafo azul. Era una de esas servilletas en las que puedes leer “gracias por su visita”. Servilleta que él encontró en una pequeña mesa de madera pintada de blanco en una habitación de un hospital. El cómo llegó esa servilleta allí es parte de otra historia que podría servir de prólogo a ésta pero, sinceramente, me niego a contároslo. Él escribió “te quiero” mientras estaba de visita en aquella habitación. Visitaba a una persona en coma. Una joven. Su novia. Él siempre creyó que saldría del coma, y, pensándolo, escribió “te quiero” en una servilleta que, casualmente, encontró en una pequeña mesa de madera pintada de blanco en una habitación de un hospital en el que se encontraba su novia. Pensó que, cuando ella despertase, se alegraría de ver aquella servilleta en la que se podía leer, escrito a mano con bolígrafo azul “te quiero”, y una firma ilegible para los no iniciados en aquello de la interpretación de firmas. Grafología dicen que se llama. Un poco más abajo, también en azul, se podía ver impresa la sentencia “Gracias por su visita”. Planteaos lo siguiente a modo de inciso: ¿Le importa terriblemente al autor de aquella frase que, de hecho, tú hayas visitado ese lugar en concreto, o eres tú quien se muestra bastante interesado en que un señor que desconoces escriba la ya famosa frase en un trozo de papel con el cual, lo más limpio que harás será limpiar tu boca?

El joven se fue de la habitación, ya que de lo contrario nunca jamás hubiera permitido que nadie mancillara de la forma en que sucedería el honor de su servilleta, y con él el de sus sentimientos hacia aquella joven en coma.

La madre de la joven, a la que podemos llamar sin temor a equivocarnos “muerta en vida desde el accidente en moto de su hija” (desde ahora M.E.V.D.E.A.E.M.D.S.H. para abreviar al referirnos a ella) utilizó en un momento dado (siempre después de la visita del novio de la joven) aquella servilleta que encontró sobre la mesa en la cual los más y los menos allegados depositaban ramos de flores y cajas de bombones, para secarse unas lágrimas, otras y otras y despejar cierto conducto para la puesta en práctica de la necesaria actividad de la respiración.

Tuvo el maravilloso detalle de dejar la servilleta doblada tal y como se la encontró en un principio, en la pequeña mesa de madera pintada de blanco en una habitación de un hospital en el que se encontraba su hija.

Sigamos con la pequeña historia de la servilleta: Debido a ciertas deficiencias en el departamento de limpieza del hospital, la habitación de la joven novia y al mismo tiempo hija, hermana y, además, comatosa, no fue limpiada en la semana que seguía al día en el que el joven novio escribió en la servilleta “te quiero” con bolígrafo de color azul. En la semana que seguía al día en el que M.E.V.D.E.A.E.M.D.S.H. limpió sus lágrimas y algo más en la misma servilleta. La amantísima, servil, fiel y cristiana madre. Debido a que la habitación no fue limpiada debido a ciertas deficiencias en el departamento de limpieza del hospital, la servilleta permaneció allí, esperando estoicamente su destino fuese cual fuese, a sabiendas de que ya había sido mucho más útil que cualquiera de sus familiares y/o amigos, hecho del que se sentía orgullosa.

Tras unos días de relativa calma (o probablemente fueron semanas, o quizá horas, porque si hay algo en lo que la cadena evolutiva se cebó con las servilletas fue en la percepción del paso del tiempo), por fin una empleada del departamento de limpieza del hospital vino, limpió, y se marchó al ritmo que marcaba el estridente ruido de las cuatro ruedas de su pequeño y funcional carrito de la limpieza, sucias y mal engrasadas, que hacían que la observación del singular panorama que en aquel hospital se hallaba estuviera encuadrada en un imperfecto marco que hacía sentir angustia e incomodidad a cualquiera de los (obviamente) observadores.

Y así, la servilleta acabó en una planta de reciclajes del sur del país, propiedad de uno de los hombres más influyentes del mismo, sin haber podido llevar a cabo ninguno de sus objetivos, a saber: limpiar determinadas partes del cuerpo de un determinado y anónimo usuario y/o transmitir un mensaje un tanto sentimental, trillado y, a estas alturas de la historia de la humanidad, bastante desprovisto de romanticismo a una persona que ella (la servilleta) desconocía por completo y que, además, se encontraba en un estado tan deplorable que muy a menudo se llegó a plantear (la servilleta, nuevamente) si sería mejor que la persona encargada de recibir su mensaje no lo recibiera con tal de que, por fin, descansara tranquilamente. La Gloria es efímera. Sin embargo, la joven novia y al mismo tiempo hija, hermana, comatosa y, además, receptora de un mensaje que nunca recibiría, ni recibió el “te quiero” ni descansó eterna y tranquilamente.

Por su parte, el ya ex-novio a pesar de las voluntades de ambos miembros de la pareja, cuando volvió a la habitación y sólo encontró una cama vacía y perfectamente hecha, comprendió de forma clara y radical que todo había acabado y supuso, recordando todo lo relacionado con el tema que había leído y/o visto en películas, que ellas estarían, cada una, descansando donde le correspondía. A una la situó en una especie de paraíso, a la otra no logró situarla correctamente. Minutos más tarde, aún en la habitación, y haciendo uso de su exacerbado romanticismo, el joven escribió con su dedo “lo siento” en una de las ventanas empañadas de la habitación, sin saber demasiado bien por qué. Lo único claro es que afuera llovía y hacía frío, y, sin embargo, él tenía calor. Tras irse, confió en que alguien, aunque tampoco supo demasiado bien quién, leyera aquellas dos últimas palabras escritas, pero lo que el joven ex-novio desconocía es que la fuerza de voluntad de los cristales insonorizados por transmitir mensajes era mucho menor que la de las servilletas de algunos bares; y además, el convenio de éstos no registraba el desempeño de ninguna labor ajena a la propia de su cargo: insonorizar habitaciones.


Wao.

Escrito por inefableblog a las 12:44 PM | Comentarios (5)
Unos segundos

La ecuación es simple. La reacción, quizá, excesiva. La resolución, previsible.
Se trata del momento en el que el mercurio revienta el termómetro, en el que el seguro salta y todo se dispara, en el que el mundo se sacude en televisión mientras escuchas el crescendo en un concierto de una orquesta de música clásica.

Cuando pasas a ser otro Tony Montana, cuando pasas del todo a la nada por tus propios errores igual que en un momento pasaste de la nada al todo por tus aciertos. Solo que aquí no hay ni droga ni trajes caros.

Dos, y una cama, claroscuros,
Matices de gris.
El asiento de atrás de tu coche servía,
Ahora está casi olvidado.
Como cualquier canción romántica,
Tú, ella, amor y todo lo bonito.
Y lo que no es tan bonito
Pero a la larga más gratificante.
Aún estás vivo, cómo no.
Y no parece del todo cierto,
Pero así es.
Cuando menos te lo esperas,
Suenan las alarmas
Tanto para bien como para mal.
E igual que un disco de vinilo empieza a coger velocidad
Y entra en un giro infinito,
Unos labios de carmín
Manchan a otros labios de carmín,
Y unas uñas arañan una espalda.
Para que Dios, o quien rija tu suerte,
Chasquee los dedos,
Y decida que es hora de volver
A tirar los dados.
Es entonces cuando el profiláctico
Por cuya ausencia vives (recuerda),
Queda en suspenso en tu memoria,
Y en la de ella, que así lo quería,
Para entonces tú morir.
Porque, sin saber muy bien en qué momento,
Ella te pareció un virus,
Y hoy te demuestra
Que en minutos,
Pasas de la vida a la muerte (y viceversa)
Porque, efectivamente,
Ella era un virus,
Y ahora lo eres tú.


“The World is Yours”, leyó Tony en un zeppelin.
Ahora sonríes, pensando, que algún desgraciado, como tú, como otros, estará siendo arañado por las mismas uñas que tú. Y sonríes. Y duermes.

Wao.

Escrito por inefableblog a las 1:50 AM | Comentarios (2)
De verdades y vómitos

De rodillas es la mejor manera de vomitar las verdades.

Además, conviene estar solo. Por aquello de que nadie te moleste a la hora de reflexionar y tal.

Casi nadie cree en el retrete como el redentor de almas particular de cada uno. Como una porción de Dios – o de nosotros mismos siendo nosotros mismos nuestro propio dios para los más nihilistas – personalizada a la que vomitarle el cerebro siempre que se quiera y que se lleve la suficiente cantidad de alcohol en la sangre para ello.

Empezando por el simple hecho de salir sin saber demasiado bien a dónde con la única premisa de beber-y-drogarse-para-olvidar y acabando por la confesión en el servicio de nuestra casa (o de un sucio bar en el más triste de los casos), el hecho es que irremisiblemente terminamos por darnos cuenta de lo mal que ha salido todo, y lo mal planeado que todo estaba.

Tal vez la certeza de que nunca follarás con tu compañera de clase preferida, la certeza de que no acabarás la carrera y terminarás explotado en un trabajo de mierda no mucho mejor que el de tu padre, o el conocer la distancia que aún te separa de tu casa y tu coche sea el motivo por el que acabas así, confesándoselo todo al retrete, vomitándolo todo, quieras o no, duela o no, como verdades que en mayor o menor medida son.
Tal vez sea el descreimiento que esta sociedad tiene hacia sí misma lo que os haya convertidos en adictos a vuestra propia autodestrucción. Quizá por ello sea así que cada fin de semana necesitéis confesar vuestros pecados, de la única forma que sabéis, a pesar de que no seáis conscientes de ello.
Vosotros llegaréis al retrete con vuestra felicidad fingida, os postraréis ante él y lo abrazaréis con vuestros brazos, esperando. Tranquilos. Tarde o temprano, la verdad siempre sale. Lo triste por lo triste, lo alegre por lo alegre, siempre se lo acabaréis vomitando, y mientras confesáis la verdad de vuestra vida, vuestra última semana o las últimas horas, lloraréis. Es irremediable llorar, como inconcebible confesar sin estar llorando. La mayoría lo achacáis a una reacción fisiológica sin mucho sentido, como el cerrar los ojos al estornudar o el contagio de un bostezo. La realidad es que vuestro vómito, vuestra verdad, os quema como el fuego.

Tras los últimos estertores del vómito, y tras limpiaros ojos y boca, seguramente seréis perdonados. Pero, a diferencia de religiones mayoritarias y dioses salvadores, el perdón jamás es eterno. Volveréis a caer, volveréis a hacerlo mal una y mil veces más, por aquello de cogerle afición a lo de tropezar siempre con la misma piedra, volveréis a vuestro estado etílico, y volveréis a Él, a confesaros, a pedir perdón, a vomitar vuestra verdad. Y tranquilos, Él seguirá ahí, impasible. No os indicará el camino (para eso ya están otros), pero al menos no os hundirá más burlándose de vosotros, exteriorizando esa sonrisa que esconde. Al menos, dejará que le contéis vuestras miserias y las miserias de vuestro interior. Y así, fijaos, hará que os hagáis fuertes y, lo que os parecerá mejor: creeréis que habéis sido vosotros.


Wao.


Escrito por inefableblog a las 9:56 PM | Comentarios (0)
Ella y Él; Yo y Ella.

La habitación en la que se encontraba la cama aparecía bañada por lo que parecía una infinidad de matices blancos y negros ocasionados por el rítmico movimiento de la pequeña llama de una vela en la mesa. Si acaso algo podía escucharse era el eterno sonido del viento tratando de abrirse hueco entre las rendijas de una ventana cerrada, luchando por hacerse oír por encima del entrecortado llanto de ella. Un cristal y un puñado de ladrillos conseguían mantenerla apartada del exterior. Tampoco quería saber mucho más de nada o de nadie.

En un primer vistazo, el marco que encuadraba la imagen resultaba atractivo. Un leve olor a sándalo flotaba en su habitación. Ella, por su parte, y totalmente ajena al invierno que se desataba fuera (y tal vez en su interior también, pero parecía no tenerlo muy claro), se encontraba tumbada en su cama, mirando al techo a miles de kilómetros de distancia. Una camiseta gris de manga corta se ajustaba a sus formas casi con la misma precisión con la que un escultor griego representaba el vuelo de un vestido y sus volutas en una pieza de mármol virgen. Las piernas, ligeramente cruzadas y los brazos extendidos en cruz la asemejaban a algún tipo de redentora, inevitablemente crucificada en su cama a la espera de salvar o ser salvada, sabiendo más bien poco de sus errores y mucho menos de sus pecados.
Ella no imaginaba la perfección como un ente, como algo real y tangible. Para él, ella era perfecta. La concepción que dos mentes tan cercanas tenían acerca del mismo tema era cuanto menos, desoladora. El convencimiento que él demostraba se destruía como por voluntad de un Dios cualquiera con la suficiente fuerza y empeño para conseguirlo por el descreimiento que ella sentía hacia sí misma.
El hecho primero, básico y desencadenante de toda esta historia entre ella y él es el mal entendimiento entre ambos, las medias tintas y dobles sentidos que hacen que ella se crea una gilipollas por estar enamorada de él, y él se crea un gilipollas enamorado de ella.
Las sombras irreales que creaba la vela la envolvían en un halo de lamentos grisáceos. Dos años conociéndose, dos años volviendo a sentir algo más que cariño por alguien era también mucho tiempo para seguir aún a la expectativa. Ella lo sabía y seguía esperando. O esperándolo.
Incorporándose en la cama, aún entre penumbras, sacó de su cartera la pequeña foto; su media sonrisa burlona, sus ojos que la miraban con tristeza… siempre provocaban la misma sensación en ella, la misma contrariedad en que consistía su relación se veía reflejada entre la foto y ella. Mientras afloraba una sonrisa pensando en él, dos lágrimas rodaban por sus mejillas por no tenerlo. Sin ser especialmente guapo o simpático, era esa misma imperfección el complemento ideal que ella andaba buscando. Alguien con quien aprovechar cada segundo, con quien compartir tiempo y pensamientos sin tener que dar la vida ni nada por el estilo.
El acelerado ritmo de su corazón es el único reloj que la avisa de que el tiempo sigue corriendo, la banda sonora perfecta para un debate interno que atañe mucho más que sentimientos. En lo que a ella respecta, se trata también de saber aprovechar oportunidades. Poniéndose metafórica, piensa en mariposas que revolotean en su interior y trenes que pasan. Trenes que pasan tan sólo una vez y no vuelven nunca.
Ella lo sabe. La culpa nunca ha sido suya. Él sabe de sobra que hubiera bastado un simple chasquido de dedos a modo de llamada para que olvidara todo cuanto a ella le importarse sólo por poder estar a su lado, cogerle de la mano y, quizá, poder darle un beso. Pero, continúa pensando, piernas cruzadas, sentada sobre la cama, tratando de ver si el exterior aún sigue odiándola con lluvia, viento y frío, que el amor y todo lo que lo rodea no siempre es cosa de ella y él. Y en su caso no iba a ser distinto. Entre él y ella existía otra “ella”. Hasta donde sabía, o más bien podía recordar de sus largas conversaciones (de contacto físico mutuo sabían poco, pero de diálogos interminables eran auténticos plusmarquistas), él no estaba a gusto con su actual pareja, o por lo menos no todo lo a gusto que estaba con ella. Sin embargo, tal vez el miedo a la soledad, aún habiendo sido elegida y no impuesta, le podía. Sin duda él prefería mantenerse a la expectativa con respecto a ambas. Aquello de darle tiempo al tiempo y toda esa mierda retórica que la enfermaba. Por otro lado, ella se consideraba la indecisión personificada. Odiaba esa idea del sexo por sexo, sexo sin amor y toda esa parafernalia que rodeaba a la juventud a la que ella pertenecía casi tanto como él odiaba la idea de que no habría sexo sin compromiso; y así, entre el uno y la otra, el tiempo se escapaba de sus manos como de sus manos se escapaba la juventud que en teoría les tocaba disfrutar. Así, entre las palabras amor y cariño, más de broma que en serio, más de lejos que de cerca, la distancia fue aumentando en la misma proporción que los sentimientos lo hacían. En esta ocasión, y difiriendo de esas historias de amor tan estandarizadas, aún viéndose menos, se querían más. Y, tal como se dijeron una vez, a partir de ahí, seguimos con la metáfora.


Wao.

Escrito por inefableblog a las 12:49 AM | Comentarios (1)
Hola...Dios

El viaje no había sido malo. Algo de turbulencias a la hora de aterrizar, pero no se había hecho demasiado largo. Al menos no en comparación con lo que aún quedaba por llegar. La única cuestión que encontró imperdonable fue la ausencia de esos cacahuetes con miel que le hacían casi alcanzar el orgasmo. Tras un desembarco sin incidentes, por fin llegó al destino al que se le dijo que sería enviado. Él, simplemente, lo acató sin más, sin mostrar sentimiento alguno. Era una de sus cualidades. Pasaba bastante desapercibido en casi cualquier situación. A veces, en el bar que frecuentaba, solía observar a un tipo callado que bebía en la barra junto a él. Cayó en la cuenta de que habían podido pasar años bebiendo juntos en el mismo bar, en la misma barra y sólo sabía de él su mote, Big Bang, y la certeza de que era algo así como su alma gemela. En cierto modo lo admiraba, pero sin reminiscencia homosexual alguna. Pero todo esto es otra historia que por frivolidades y exquisiteces de su mente recordó paseando.

Justo a la salida del aeropuerto, un enorme cartel de neones fucsia y turquesa rezaba: “Welcome. This is Heaven”. Lo primero que le extrañó fue el hecho de que el cartel de bienvenida estuviese escrito en inglés. No sabía bien por qué, pero esperaba otra cosa. Quizá tenía demasiado idealizado el pensamiento de que un ángel rubio le recibiría tocando el arpa envuelto en las mejores sedas.
Tras cerca de una hora de camino por el arcén de una especie de carretera secundaria enmarcada en lo que supuso sería un vertedero (las toneladas y toneladas de basura así se lo hacían creer) topó con una pequeña caseta que encontró similar a los peajes de carretera de cuando aún habitaba abajo. Fue entonces, unos metros antes de llegar a la caseta (en cuyo panel frontal se sostenía un austero “Administration”) cuando comenzó a pensar la razón por la que estaba allí arriba y todo lo bueno o malo que ello conllevaba. Palpándose la cara, notó como una enorme entrada de bala sobre su ojo izquierdo daba una nueva configuración al rostro que él siempre había conocido. La sensación, como era normal en él, ni le agradó ni le disgustó, de la misma forma en que su reacción exteriorizada no supuso alteración alguna en su nuevo espejo del alma particular. Aún así, pensó para sus adentros que, aún por simple costumbre, prefería su anterior aspecto.
Asomándose a la ventanilla de la administración, encontró un peculiar ángel (lo que le hizo pensar que quizá él mismo era ya uno de ellos) para su equivocada y mal concebida idea de lo que todo aquello llevaba consigo. El funcionario, cuyas rastas ocultaban parte de su cara, se entretenía rellenando un crucigrama con las piernas cruzadas sobre la mesa del pequeño despacho. Sin levantar la vista, un “Y tú, ¿quién demonios eres?” salió de su boca segundos después de dar un sorbo a una lata de Coca-Cola Light.
Joder, hasta en el puto cielo reinan las multinacionales, pensó.

- Bueno, si realmente soy quien supongo que soy, y estoy donde supongo que estoy… ¿no deberías saberlo? Tus rastas son muy profesionales, por cierto.
- No apareces en las fichas. No hay información sobre ti.
- Bueno. Veamos…. ¿estoy muerto, no?
-Mmmmmm…. Sí, supongo que sí. Es difícil llegar hasta aquí estando vivo.
- Entiendo. ¿Eres un ángel, no? ¿Podrías al menos taparme este incómodo boquete?
- Ten. Imagino que esta tirita servirá.

Continuará… (o no)

Wao.

Escrito por inefableblog a las 11:54 PM | Comentarios (0)
Freedom

Kill your family,
Kill your friends,
Kill your ideals,
Kill your God, and, finally,
Kill yourself.

Only then you will be free.


by Luca Monterini.

Escrito por inefableblog a las 12:31 AM | Comentarios (1)
Performance

Saludos. Y perdón por el retraso. Bienvenidos a una nueva performance de su subconsciente.


Se encuentra usted sentado en el centro de la habitación. Ya es demasiado tarde. Tiene la ropa sudada, y se acerca a unos tonos grisáceos que desconoce. No hay puertas ni ventanas. No hay salida aparente. Es cuando empieza a plantearse cuál ha sido su fallo.
La habitación, aunque usted aún no lo sabe, se encuentra en otro plano mental, si bien estrechamente relacionado con el que considera como propio. No hay vías de acceso ni formas de salida por el simple hecho de que no se puede entrar ni salir. La razón última que explica todo esto es que la habitación se encuentra dentro de usted, y no al revés.

Aún puede evitar entrar en esa habitación. Tiene la posibilidad de rechazar el autismo en el que se está sumiendo poco a poco. Por su mente ya solo pasean retazos de una vida a millones de años luz de distancia. Pequeñas conexiones de neuronas derivan en pensamientos enfermizos. Cada vez siente menos lo que ocurre a su alrededor. Usted daría lo que fuera por un golpe, una paliza. Por volver a sentirse víctima de aquel accidente de tráfico que sufrió para cuando las autovías aún no soportaban atascos. Por entrar en coma.
Se encuentra en el umbral que separa la zona donde las cosas son como parecen de la zona donde las cosas son algo totalmente distinto de lo que usted conoce. Una zona donde dolor significa esperanza y habitación significa muerte.

Es probable que se sienta raro paseando por un páramo de hierba morada bajo una intensa lluvia de azufre.
Lo raro es que usted aún sea capaz de sentir.
Pero siente.
Y mientras pasea, oye esas voces que es incapaz de reconocer. Ahora, mientras pasea, es cuando usted se siente inútil, una actitud pusilánime que revierte en el momento más determinante de su vida en una perspectiva sin profundidad que devuelve su cerebro yermo a un estado del que probablemente nunca se dio cuenta de que había conseguido salir. Un cuerpo humano cualquiera que en su consciencia encuentra su Némesis.
Y desde aquí a la habitación solo hay un paso. Una frontera mental fácilmente franqueable. Todo depende de usted. Aún.

Usted se encuentra en su reducto habitual. Todo marcha, o deja de marchar, como siempre. Un stand-by infinito. Todo está normal. Todo está normal hasta que algún elemento inesperado entra en escena. Como una sesión de quimioterapia extrema, supongo. Usted siente que todo, o algo, deja de estar normal. Una breve parafrenia que le sacude mientras observa un talk-show de parejas en la televisión por cable. Mientras hace las camas de sus hijos. En ese momento, comienza a sentir empatía por algo que se le escapa. Mientras trata de razonar, por su hasta ahora y hasta nunca mente solo pasa una sucesión de números que se le antojan dibujados con cuttex. Es el momento en el que instintivamente se tumba en el suelo boca abajo, y grita. Grita por un dolor que no siente. Grita porque siente miedo. M i e d o. La habitación en la que se encuentra empieza a desvanecerse. Desaparece ese color que casi encuentra similar al color de las bolsas de suero de los hospitales. Nota una perturbadora sensación en su ¿mente? de vulnerabilidad y debilidad. Ya no hay elección. Le espera algo que se escapa de su comprensión o conocimiento. Ya no hay elección. Está usted ante una eternidad de vacío, condenado a una existencia de mera observación. Algún tipo de limbo en el que sólo es válido observar. Por los siglos de los siglos. Ahora, está siendo rescatado de este infierno de inferioridad y estupidez que usted conocía. Y no queda vuelta atrás. No queda vuelta atrás a menos que decida volver a respirar en los próximos segundos.
La performance comienza. Buena suerte.

Escrito por inefableblog a las 6:22 PM | Comentarios (1)
La Despedida

El dijo que la quería
Sin realmente saber si la quería
Sin realmente saber si lo dijo.

Arrodillado, delante de ella
Sintiéndose cada vez más vacío.

Notaba como vomitaba sangre,
O mariposas.
Mariposas y sangre, tal vez.
Y segundo a segundo
Gota a gota
Fue dejando de quererla.

Y pasó un segundo
Y pasaron diez
Y su mirada la miraba
Impasible
Como la luna nos mira
Si acaso realmente la luna nos mira.

Y en el último suspiro de un segundo
Un suspiro seguido de un segundo
Adivinó un tercero agonizante
Sin saber bien si el tercero era un segundo
O un suspiro.

¿Por qué? Preguntaba al cielo
Por ti contestó nadie
Por ti, contestó todo el mundo.
No es culpa tuya
Creyó que le contestaba el cielo.

Arrodillado él
Dada la vuelta ella
Él lloraba
Ella estaba fumando.
No es culpa tuya.
Y soltó el humo.

Pasaron horas, días,
Años.
Y él, arrodillado.
Y ella dada la vuelta,
Desapareció.

Su voz la tocó sin que ella lo escuchara
Como siempre
Pero esta vez era la última.
Él dijo que la quería.


Wao.

Escrito por inefableblog a las 2:23 PM | Comentarios (3)
Asesinato a Domicilio

El timbre de la puerta número tres sonó dos veces a las nueve en punto de la noche. La puntualidad era una de sus principales virtudes. Tras unos segundos, la puerta se abrió.
-Buenas noches. ¿Qué desea?
-Hola, buenas noches. Hablo con… Eric Antoine Marshall, ¿correcto?
-Sí, así es.
-Bien, caballero, vengo a matarle.

Noche tras noche tocaba repetir la misma frase. La gente solía morir por la noche. Dos años trabajando aquí, dando pasaporte a infelices no era tan divertido como al principio se podía esperar. Al menos, era un trabajo bien pagado.
La cara de Eric mostraba confusión y miedo. Con el ceño fruncido y la tez pálida discernía tan rápido como su mente le permitía acerca de qué estaba ocurriendo. De cómo era posible que alguien dijese que iba a matarlo con esa frialdad.
Mientras, a pocos centímetros, Él esperaba su respuesta o reacción. Sabía que a veces los clientes tardaban algún tiempo en comprender la situación. Hay algunas excepciones, que cumplen sin rechistar con el compromiso, pero, por lo general, la gente se retracta.
Eric dijo: “Pero… ¿quién es usted?”. A estas alturas el miedo había vencido a la curiosidad, y la pregunta se convertía en retórica a pasos agigantados.
Él se sintió visiblemente molesto, odiaba tener que dar explicaciones. Odiaba a la gente que, antes de morir, se dedicaba a dificultar su trabajo. Ahora tendría que explicarlo todo de nuevo.
-¿Puedo pasar? – la pregunta más que una pregunta era una autoinvitación. Más aún cuando a la vez que preguntaba tenía pie y medio ya dentro de la casa de Eric. Más aún cuando el que preguntaba medía alrededor de dos metros y pesaba unos ciento treinta kilos.
Eric y Él se sentaron en un sofá de piel. Eric ofreció algo de beber. Él se quitó una gabardina negra, dejando ver un polo igualmente negro con una chapa blanca en la parte izquierda del pecho. “AGENTE Nº 0078. ZONA MEDITERRÁNEA”. Eric posó su mirada sobre la chapa. Estaba algo más tranquilo, pero su confusión seguía aumentando.
Él sacó un documento de un bolsillo de su pantalón. Se trataba de un contrato.
-Veamos. Como habrá imaginado, pertenezco a la empresa Asesinato a Domicilio. Como también sabrá, mi empresa está especializada en proporcionar a sus clientes el tipo de muerte que ellos deseen. Este contrato que le enseño señala, según la normativa de la empresa, que usted solicitó la prestación de nuestros servicios hace exactamente una semana. En el anexo están expuestas las cláusulas convenientes y aquí abajo – decía Él, señalando la primera página de color rosa- aparecen su firma y la del agente administrativo con el que firmó el contrato en nuestras oficinas.
Eric explicó su postura, más tratando de dar lástima que creyendo firmemente que en realidad podría librarse de una muerte contratada. No una muerte cualquiera. Un asesinato contratado a domicilio. Eric alegó que un amigo le habló de la empresa. Que él no le creía y que por eso fue a las oficinas, a firmar un contrato, pero siempre creyendo que se trataba de una broma. Él le dijo que tenía mujer y dos hijas, y que no tenía ganas de morirse, pero que en cierto modo lo comprendía, y que un contrato de ese tipo no admite que sea incumplido.
Él, el agente número 0078 le comentó los pormenores del contrato acto seguido. Realmente, le importaba bien poco la historia de Eric. Él simplemente quería acabar ya su jornada (era su último cliente esa noche) y ver el partido de los Red Socks por cable. Él le dijo que la muerte sería por decapitación. Él explicó que Eric sería atado con correas de cuero a una silla de madera en el centro de su salón y que posteriormente procedería a separar la cabeza de su cuerpo. “¿Conforme?”, preguntó Él.
Eric estaba llorando, silencioso.
-¿No podría ser usted menos cruel, por favor?
Él estaba empezando a sentirse incómodo. Normalmente, la celebración del contrato no duraba más de cinco minutos, y con este tal Eric ya llevaba más de quince.
-Al fin y al cabo, son las condiciones que usted ha elegido, no se arrepienta ahora, por favor. Sea serio. Continúo leyendo las cláusulas y, al término, llevamos a cabo el acuerdo.
-Está bien, continúe.
-De acuerdo, sigamos. Usted pidió por contrato que su muerte fuera retransmitida en directo por la televisión. Y así será. Tenemos repartidas cinco cámaras ocultas en el salón de su casa y doce micrófonos de ambiente. Por último, pidió que, tras su muerte, llamase al teléfono móvil de su mujer para explicarle lo ocurrido. Así se hará. – dijo el agente sacando un Nokia del bolsillo. ¿Da usted su consentimiento, señor Eric Antoine Marshall?
Eric estaba destrozado. Acababa de firmar su sentencia de muerte, en sentido literal. Ahora le tocaba a él morir decapitado.
De su boca salió un casi imperceptible “sí”. Un murmullo como última voluntad. Un sonido similar al de la sangre cuando se escapa por un corte en la garganta.
Eric ya estaba atado a la silla. Amordazado. No podía mover ni manos ni pies. Él afilaba su cuchillo ahora mientras Eric lloraba desconsolada y amargamente. Con tranquilidad, se situó detrás de él, y tiró de su largo pelo negro, dejando más vulnerable si cabe su garganta. La nuez se movía irregularmente, por el esfuerzo de tragar y respirar en esa incómoda posición. Él acercó el cuchillo a su cuello con la mano izquierda. La presión que ejercía era incómoda, pero no lo suficientemente fuerte como para llegar a cortar. Aún. Eric se había meado encima ya. Eventualmente, Él soltó su melena y bajó el cuchillo. Poniéndose frente a Eric, comentó, sonriendo por su olvido:
-Se me olvidaba comentarle que tiene quince días para reclamar si el servicio no le satisface. Además, no permita olvidar que el pago será siempre por transferencia bancaria en las veinticuatro horas siguientes a la prestación del servicio. ¿Conforme? Ahora sí, voy a matarlo, caballero. Espero que el servicio y la atención sean de su agrado.

Escrito por inefableblog a las 6:58 PM | Comentarios (3)
Septiembre

Chicos, chicas, estáis en septiembre. Habéis suspendido todos y por eso estáis aquí. Tuvisteis todo el año para estudiar, y no lo habéis hecho. Botellones, tonteo con porros y drogas de diseño, cocaína y fiesta, mucha fiesta. Fiesta de jueves a domingo. Fiesta, con todo lo que ello conlleva. Vosotros, los tíos, buscando sexo de cualquier manera. Pagando, si hace falta. Vosotras, en cambio, lo que buscáis es sexo de forma salvaje, queriendo demostrarle a alguien que estamos en el siglo XXI y que si no follas no eres nadie.
Por todo esto y mil razones más, aquí estáis hoy.
Pudisteis arreglarlo en verano, pero no. Sois así de rebeldes y cabezones. “El verano es para disfrutar”, es la frase que más he oído los últimos meses. Bien, espero que hayáis disfrutado mucho de vuestro querido verano. Porque hoy estáis aquí. Y la habéis cagado.
A partir de ahora, podéis llamarme Septiembre. Y sí, yo soy el causante de todos vuestros problemas. Soy ese que no os deja dormir por las noches, aquel que os pone nerviosos antes de los exámenes, haciendo incluso que lleguéis a vomitar (me encanta esta parte), haciéndoos expulsar vuestros miedos e inseguridades por la boca.
Los que hayáis aprobado todas, sabed que la cosa no va con vosotros. Podéis dejar de leer si queréis.
Yo soy ese agorafóbico que os obliga a quedaros encerrados en vuestra casa. Ese que os incita a visitar las olvidadas bibliotecas de vuestras universidades. Yo hago que a la hora de la verdad manchéis de sudor los folios en blanco y se os resbale el bolígrafo de entre los dedos.
Me encanta veros repasar antes de entrar en las aulas. Adoro escuchar las conversaciones entre los profesores, riéndose de vuestra actitud nerviosa y sobreactuada, de determinada pregunta en el examen que nadie será capaz de contestar correctamente o simplemente desnudando mentalmente a cualquier jovencita.
Y sí, os confirmo todo aquello de que muchas aprueban a cambio de sexo. Sabía que os encantaría saberlo.
Para muchos de ustedes, ha llegado la hora. Se abren las puertas de las aulas y comienza el desfile, damas y caballeros. La gran mayoría vais cabizbajos, pensando en que en las dos próximas horas se juega buena parte de vuestro futuro. Como si Septiembre fuese Texas y la universidad el corredor de la muerte. Como si yo realmente fuera el juez y no el verdugo.
Así, cuando vuestras calificaciones cuelguen de cualquier tablón perdido en vuestra facultad, sentiréis cómo mi mano os aprieta el cuello, como hace que os duelan los ojos y sintáis presión en el estómago. Y la gran mayoría dirá: “Septiembre, que es una auténtica putada”. Y volveréis a follar y a emborracharos el próximo fin de semana.
Bien, chicos y chicas. De esta manera, la auténtica putada deja paso a un octubre que os acogerá con los brazos abiertos, os dará confianza, y, por alguna razón o por otra, acabará apuñalándoos, y ustedes y yo volveremos a vernos alguna vez más. Un año. Y otro. Y otro. Y así hasta que ustedes queráis.
Septiembre os esperará siempre con los brazos abiertos; siempre, hasta que ustedes queráis.


Wao.

Escrito por inefableblog a las 4:02 AM | Comentarios (4)
Paseos

Es una sensación familiar. Es una especie de ritual voluntario que celebro cada sábado por la noche. Se trata de un típico paseo a las doce de la noche por el centro de la ciudad. No importa cual. Supongo que, como yo, en casi todas las grandes ciudades habrá gente que haga lo mismo. Mientras paseas, sueles pensar en cómo te ha ido la semana, el trabajo, piensas en la novia, los amigos, la familia, las multas, las facturas… piensas en todo y a la vez en nada. Llega el momento en que podrías dar el mismo paseo todos los días con los ojos cerrados y saber perfectamente por donde vas. Cuándo hay que cruzar los semáforos. En qué preciso instante pasas por delante de la tienda de gofres. Del bazar de electrodomésticos de segunda mano. De aquel pequeño motel al que te llevabas a follar a la novia de turno. Del viejo bar Tivoli, con su clásica cerveza de importación y sus menús a 7 euros. Esas noches, ves a jóvenes borrachos que van o vienen de algún local, sin importarle mucho si van o vienen, y sin tú saber demasiado bien si realmente saben si van o vienen. Ves burdeles, ves la fórmula exacta de lo que sea que exista entre la virtud y el pecado en forma de cuerpo de mujer que te ofrece ser tu acompañante a alguna especie de paraíso terrenal.
Cada pocos pasos, la luz de una farola ilumina tu espalda, tu nuca y, normalmente, tu cabeza. Tu cara nunca ve la luz en estos paseos, siempre mira hacia abajo; quizá pudiera estar mirando fijamente la acera en busca de algo que perdiste hace años o tal vez vigile el aspecto que presentan esa noche los pies que te sirven de medio de transporte. Ya sean zapatos o zapatillas de deporte. Sin ellos, haciendo un leve paréntesis, toda esta historia, no tendría sentido, al igual que no tendría sentido sin ninguno de nuestros sentidos o aptitudes. Finalizado el paréntesis, insisto en esas farolas grises con su luz amarillenta como pequeños recordatorios que te indican cuál es el camino a seguir esa noche, y te recuerdan de alguna manera quién eres y qué haces aquí o allí o donde quiera que estés paseando.
Normalmente, y sin que el lugar en el que vivas haga algún tipo de excepción al respecto, estas noches suelen ser frías. En ocasiones la luna no se atreve a hacer su aparición entre las estrellas. Estas ocasiones, visten el cielo de un tono grisáceo cortesía de la espesa niebla, que más que manchar el cielo, lo enmascara y te proporciona unas gafas de visión nocturna especiales. Las estrellas desaparecen, la luna tiene miedo de que tu vena voyeur salga y cierra con pestillo la puerta de la madrugada. El amarillento de las farolas se torna sepia, el suelo se humedece y corres el severo riesgo de perder tu verticalidad. Pero no paras. Si acaso, caminas más lento, pero te acercas inexorable a tu incierto destino nocturno. Rara vez llueve. Y si llueve, te gusta experimentar la sensación de caminar sin paraguas, mojándote. Las manos en los bolsillos y el paso firme, la lluvia, según la perspectiva, acariciándote como la más servil y entregada de las esposas o castigándote la mayor parte de los rincones de tu cuerpo, como si millones de alfileres buscaran un punto exacto donde clavarse. La imagen de una silueta oscura y cabizbaja, bajo la luz de una impasible farola, en comunión con miles de gotas que fluyen eléctricas, amigos, no tiene precio. Casi diría que prefiero estos paseos en invierno.
Cada sábado noche que paseo, representa una semana más perdida, evoca los sueños de un joven descreído y diferente, casi autista, que se limita a observar el mundo mediante sus paseos. Sin emitir juicio de valor alguno. Como si su opinión no contase y de hecho no cuenta. Cada paseo es una mirada melancólica a la ciudad en la que vives. Cada paseo, piensas y sabes que estás en lo correcto, es igual que el anterior, pero a su vez nada coincide. Y, si te fijas, todo sigue igual. Y es cuando notas que lo que realmente cambia eres tú. Seguramente, te das cuenta entonces, de que, pasados unos años, cuando estés casado y tengas mayores responsabilidades aún, cuando tu yo de ahora, ese que pasea los sábados por el centro buscando algo de fe, a la postre efímera, como el mayor de los nihilistas, se retire de la circulación y se dedique a cambiar pañales, llegará un nuevo joven que pasearán por el mismo escenario, bajo la misma luz amarillenta, entre la misma niebla o bajo la mirada atenta de la misma luna. Y será cuando te des cuenta de todo, o casi todo lo anteriormente expuesto. Y te imaginas que, si lo hubieras conocido, Freud estaría orgulloso de ti.

Wao.

Escrito por inefableblog a las 2:12 AM | Comentarios (0)
Las noches de Eva

Cada noche, desde hacía algo más de dos años, el mismo procedimiento. La misma mezcla de dolor y tristeza. Las mismas punzadas en el estómago a la hora de irse a dormir. Costaba trabajo, para una niña de ocho años, hacerse a la idea de que sus padres estaban muertos.

Cada noche, a la hora de irse a la cama, no bastaba con contar ovejas. Para Eva, eso no era suficiente. Algunas noches, afloraba el recuerdo de sí misma con sus padres en un parque de atracciones en Austria. Se recordaba comiendo algodón de azúcar de colores. Recordaba a sus abuelos.
Esa era la parte buena de sus pesadillas.
Cuando tocaban noches de sufrimiento, noches de infinito dolor, Eva soñaba con ideas, conceptos, demasiado difíciles para una niña de ocho años y demasiado confusos para acordarse nítidamente de ellos. Recordaba cómo unos señores armados entraron en su casa aquella tarde. Eva se acordaba de sí misma escondida en el mueble de debajo del fregadero de su casa, en Viena, viendo cómo aquellos señores mataban a sus abuelos. “Tenéis lo que os merecéis, judíos de mierda”. Es la frase que se repite como un bucle en su cabeza noche tras noche.
Recuerda a sus padres marchando en tren.
Recuerda las palabras “campo de concentración”.
Resuena cada noche en su cabeza la a la vez desconocida y terrorífica palabra “Matthausen”.
Eva tiene ocho años, pero parece que haya vivido veinte. El hecho de ser judía sin saberlo y tener que descubrirlo mediante palizas e insultos hace que se le sumen años. El hecho de quedarse huérfana a los seis años hace que tenga que aprender a sobrevivir demasiado deprisa.
Por todo esto, a Eva se le hace difícil conciliar el sueño. Por eso Eva le tiene miedo a la oscuridad. Pánico a los recuerdos.
Su pelo, antes rubio, de un color similar al que creaba el resplandor del sol sobre las nubes del mediodía en el cielo vienés, ha visto como perdía todo su brillo y su limpieza. Ahora puede decirse que Eva es rubia, sin más. Una pequeña judía rubia de ocho años. Sus ojos conservan el azul intenso de los lagos que solía visitar con su abuelo al atardecer para dar de comer a los patos.
Eva mezcla dolor y recuerdos. Amor y odio. Refleja todo su pasado en su cuerpo de niña madurado a base de frustraciones y contrariedades.
La blanca y fina piel de la pequeña Eva refleja la cruel ironía que la ha perseguido estos años. Una piel que refleja el ideal por el que unos desconocidos mataron a sus abuelos y a sus padres es, quizá, la razón por la que ella salvó su vida.

Esta noche es como las demás. En la gran habitación de un orfanato alemán del que aún no ha conseguido aprenderse el nombre, Eva trata de conciliar el sueño acompañada de casi un centenar de niñas que no conoce de nada. Acompañada de casi un centenar de historias que Eva conoce perfectamente. Historias que la pequeña niña judía siente suyas.
Ella duerme en la cama de arriba de la litera número 35. Justo a su derecha, la luz de la luna entra por una ventana, cuyo cristal no para de moverse con el viento. Como todas las noches que lleva intentando dormir allí. La luz de la luna le recuerda a aquel foco que alumbraba su cara, y le recuerda a aquél hombre de acento extraño que le hacía repetir su edad, nombre y apellido. A aquel hombre que, sin saber muy bien por qué, le hacía fotos sin su vestido. El traqueteo del cristal le recuerda a los disparos que escuchaba fuera de la habitación donde le estaba siendo arrebatada su intimidad. Y así, entre recuerdos y pesadillas, Eva vuelve a ver cara a cara a su pasado. Esta noche, no caben los recuerdos de algodón de azúcar ni caramelos de colores. Hoy toca volver a esquivar a la muerte para poder conciliar el sueño. El contar ovejas sigue sin dar resultado.
Esta noche, sin embargo, no es una noche normal para Eva. Muy de madrugada, ya sin el resplandor de la luna reflejado sobre el suelo de la habitación, alguien enciende las luces. Las apaga y las vuelve a encender. Una de las encargadas del orfanato, empieza a decir una serie de nombres de una lista que sostiene en sus manos. La lista se apoya sobre una carpeta roja con una esvástica blanca dibujada en el centro.

…Beker, Alicia.
…Melamed, Sandra.
…Shein, Eva.
…Wein, Martha.

Eva Shein, había dicho su nombre. La pequeña judía rubia bajó de su litera vestida simplemente con su pequeño camisón blanco. Caminó descalza sintiendo el frío suelo bajo sus pies, sintiendo las frías miradas de las demás desconocidas hiriéndole en la nuca. No tenía ni idea de lo que pasaba, pero sabía que algo malo iba a ocurrirle. A ella y a las otras tres niñas.
Cuando salieron del pabellón donde dormían, cuatro soldados las esperaban. Eva miró curiosa a uno de ellos, que se limitó a desviar su mirada. Ella lo conocía perfectamente. Era uno de los dos señores armados que habían matado a sus abuelos. Él no tenía ni idea de quién era ella, pero Eva tenía su cara grabada a fuego.
“Tenéis lo que os merecéis, judíos de mierda”.
Los cuatro soldados se situaron detrás de las cuatro niñas y les indicaron el camino, mientras que al frente del grupo iba la encargada. Una señora rubia muy gorda y con la cara rosada. Observándola, Eva se la imaginaba de dependienta en una tienda de caramelos. Pero la realidad difería mucho de sus pensamientos en esta ocasión. El grupo llegó al fondo del patio del orfanato, un simple muro gris de unos cinco metros de alto por diez de ancho. Los cuatro soldados explicaron a la encargada el procedimiento de algo que a Eva se le escapaba. Hacía mucho tiempo que había dejado de ser feliz, por lo que esta situación, de algún modo, le era totalmente ajena. No le importaba nada que la dejaran sin dormir, no le importaba el frío o el viento. No le importaba tener frente a frente a un asesino. Al asesino de sus abuelos.
Los soldados alinearon bruscamente a las cuatro niñas de pie delante del muro. A la izquierda, la pequeña Martha. A su lado, Eva. A la derecha de Eva se encontraba Sandra, y a la derecha de Sandra, Alicia, que no paraba de bostezar.
Cuatro historias convertidas en la misma historia.
La mujer gorda, que a pesar del frío mostraba reflejos de sudor en su frente, le puso un pañuelo negro en los ojos a Alicia. Luego continuó poniendo un pañuelo en los ojos a cada una de las niñas.
Justo antes de que le pusieran el pañuelo a Eva, vio como el señor que mató a sus abuelos le guiñaba un ojo. No le pareció divertido el gesto. Y, aún pensando en ello, habiendo olvidado por unos instantes a su difunta familia, habiendo olvidado incluso los caramelos y el algodón de azúcar, Eva escuchó un chasquido y, seguidamente, notó como una lágrima mojaba el pañuelo negro que cubría sus ojos.
Fue la última lágrima que derramó Eva.
Consiguió no hacer ruido, se había prometido a sí misma no mostrar síntoma alguno de debilidad, ser fuerte, y lo había conseguido. En los últimos segundos y para la eternidad de su no-vida, reinó el silencio.

Wao

Escrito por inefableblog a las 12:22 PM | Comentarios (1)
Rebobina.

Rebobina.

-Dale otra vez para atrás, joder.
-¿Qué coño te pasa? No seas gilipollas. Ahí no hay nada.

Rebobina.

-Te digo que arriba a la derecha sale una mancha negra. ¿Qué cojones es eso? – La voz de Rob tenía un tono a medio camino entre el enfado y la sorpresa.

Minuto 73:21. Una vieja cinta VHS en un viejo video Sony. La película, una producción en blanco y negro de origen canadiense de 1959, mostraba a un joven con un mono de trabajo y botas camperas hablando con una señora mayor. Se encontraban en el porche de una casa en una granja en algún pueblo de Texas. Él sostenía una taza de café con la bandera de los Estados Confederados. Por la radio se escuchaba una vieja canción de amor mexicana. Él era el típico mecánico de taller pobre e inculto. Ella la típica madre de la típica niña rica y rebelde. Probablemente, estarían discutiendo.

Se mostraba al protagonista. Se mostraba a la antagonista. Se mostraba un escenario adecuado. Se había planteado una situación, una controversia. Había presentación, nudo y un más que probable y previsible desenlace. Tenían delante de ellos una película normal y corriente. Desconocida, pero normal y corriente al fin y al cabo.
Y tenían una mancha negra justo encima de la cabeza de la señora mayor. Justo encima de su pelo negro cardado. Justo por encima de la parte superior del marco de una de las ventanas de la casa. Justo en el tercer listón de madera empezando por arriba que formaba la fachada de la casa. Justo unos centímetros a la derecha de una veta en ese mismo listón. La mancha duraba décimas de segundo, casi imperceptible para el ojo humano.

Rebobina, le dijo Rob a Daisy Connors. Rebobina.

Y Daisy Connors rebobina.

Rob llega a casa de Daisy Connors una hora y media tarde. Son las seis y media y suenan las campanas del viejo reloj familiar. Ella le pregunta que si nunca va a llegar puntual. Rob habla del tráfico. Dice no-se-qué da las interestatales y comenta algo de las comarcales entre la palabra “putas” y la expresión “de mierda”. Daisy le comenta a Rob que estaba viendo una película de amor canadiense de finales de los cincuenta. Que de pronto la película ha saltado. Que supone que será del video, que está hecho una mierda.
Rob se agacha y se pone a toquetearlo. Parece seguro de sí mismo. Daisy, mientras, le mira desde el sofá, mordisqueando una tableta de chocolate blanco.

-Rebobina cuando yo te diga. – Dice Rob, con tres dedos dentro del frontal del vídeo.

El vídeo cruje, se escucha un chasquido. Esto ocurre unos segundos después de que hable Rob. Mirando a la pantalla, él dice:

-¿Has visto eso, Daisy?
-¿Qué se supone que tengo que haber visto? La peli sigue por donde yo la había dejado.

Rob mira a la pantalla. Daisy Connors mira a la pantalla. Confusión. Daisy Connors mira a Rob, aún agachado. Sorpresa. Rob se gira y mira a los ojos de Daisy Connors. Enfado. Daisy mira a la pantalla. Sumisión. Rob, finalmente, vuelve a mirar a la pantalla.

Rebobina.

-Dale otra vez para atrás, joder.
-¿Qué coño te pasa? No seas gilipollas. Ahí no hay nada.

Y Daisy Connors rebobina.

-No me creo que un paleto como tú pueda tener buenas intenciones con mi hija. – Dice la señora mayor.

Es el minuto 72:59 de cualquier película en blanco y negro.
Un joven, con un mono de trabajo azul y una taza con la bandera de los Estados Confederados trata de explicarle algo a la señora.

Minuto 73:11 de una antigua película romántica canadiense.
-Le aseguro, señora Connors, que mi respeto por su hija Daisy es máximo.

El sonido de la película está apagado. Rob y Daisy están observando una conversación muda. En alguna otra parte del mundo a unos pocos centímetros de ellos, Rob le pide a la madre de Daisy que entre en razón.

Minuto 73:21 de un universo paralelo en forma de cinta de VHS.
-Rob Hoggs, entérate: tú nunca tendrás el nivel suficiente para poder dirigirle la palabra a mi hija. Daisy no ha tenido los mejores profesores privados de todo el Estado para que acabe casada con un mecánico de coches analfabeto.

Rob dice: Rebobina.

Y Daisy Connors rebobina.

Rob llega a casa de Daisy Connors una hora y media tarde. Ella vive con sus padres, en una de las casas más grandes del pueblo. Su familia se dedica a la explotación minera. Son algo así como el motor económico de la zona. Además de una gran influencia política. Rob Hoggs, trabajador del único taller de coches en ochenta kilómetros a la redonda, sabe cuáles son sus horas de visita. Tiene que saber qué días no están los padres de Daisy y a qué hora vuelven. Tiene que saber de la afición del padre de Daisy por la caza. Tiene que saber de las citas en el Toasted Hollis de la madre de Daisy con sus amigas. Reuniones clasistas para tomar té y pastitas y hablar mal de las no presentes.
Hoy Rob ha llegado tarde en su Chevrolet Corvette del año 54. Un coche relativamente nuevo pero demasiado castigado por kilómetros y kilómetros de carreteras secundarias.
Rob aparca entre unos árboles a algo menos de un kilómetro de distancia de la casa de los Connors. Tras un pequeño rodeo, entra por la puerta de atrás de la casa de la familia, dejando a la derecha el establo. Daisy está esperando a Rob. A su amado Rob Hoggs. El encantador mecánico del pueblo.

Han pasado 72:59 minutos desde que Rob arregló el video. O quizá 72:59 minutos desde que Rob salió del trabajo.
Rob Hoggs entra por la puerta de atrás a la cocina. Huele a tarta de manzana. Entra en el salón de paredes cubiertas por papel pintado verde y lo atraviesa en dirección a las escaleras del piso de arriba. Rob conoce el camino de memoria. Suenan las campanas de un viejo reloj de pie alemán. La melodía le es familiar, pero no recuerda muy bien de qué. Ahora pueden más en Rob los instintos que la memoria.
Se detiene unos segundos mirando unas fotos en la repisa de la chimenea. Ve a una joven Daisy justo delante de la chimenea que tiene Rob justo delante.
Pasa el tiempo y sólo quedan las obras.
Y el tiempo sigue pasando, inexorablemente. Y, en algún reloj en alguna parte de ese u otro universo, se marcan las 73:13.
Daisy Connors, la niña mimada de la rica y poderosa familia Connors, baja por las escaleras con un camisón de seda que le llega por encima de las rodillas, más dejando ver que ocultando. Daisy se abalanza sobre Rob y le besa. Chocan sus labios, rozan sus dientes, sus lenguas batallan por la supremacía, por derrotar a la otra, por llegar más y más hondo en la boca de su contraria. A Daisy Connors se le baja un tirante. A Rob empieza a desabrochársele el mono de trabajo. El sucio mono azul. Dos fuerzas luchan por el poder. El borde inferior del camisón de Daisy hace rato que está a la altura de su cintura. La puerta principal de la casa se abre. Rob tiene apoyada a Daisy contra el pasamanos de la escalera. El señor Connors entra en su casa. Su mano izquierda sostiene una escopeta de caza. La escopeta tiene dos cañones. El camisón de Daisy hace tiempo que desapareció. Desapareció hace casi tanto tiempo como tiempo tiene la foto que hay en la repisa de la chimenea. La situación muestra a una Daisy deseosa, expuesta. Derrotada. El padre de Daisy Connors observa la situación desde el centro del salón. Los amantes no se percatan de su presencia. Los hechos se suceden. El padre de Daisy asiste a un espectáculo inédito en sus sesenta y cinco años de vida. El señor Connors carga la escopeta. Daisy gime. Rob Hoggs gime. En el salón de la familia Connors hay un padre derrotado. Una hija encantada de ser derrotada por su amante. Un mecánico de coches viendo uno de sus sueños cumplido.

El vídeo de Daisy marca 73:21. Daisy, agachada junto a Rob, mira el video. Rob mira la pantalla. La pantalla no muestra imagen alguna.

Y en alguna otra parte de algún otro universo, Daisy está follando con un cadáver.

Y Rob Hoggs dice, sentado en el sofá de Daisy: Rebobina.

Y Daisy Connors rebobina.

Wao.

Escrito por inefableblog a las 9:21 PM | Comentarios (1)